Por Sra. Castro -17 Nov 2016017
Decidí escribir “la verdad sobre la guerra” y quise escribir únicamente la verdad, aunque no pudiera plasmarla toda. Al principio, veía el libro en forma de un diario de soldado. Pero, el probar con este género literario, me sentí muy mal poniendo “yo” allí donde quería hablar de otras personas. […] Más tarde, en el palco de un teatro, viendo el drama La pantera negra de Vinnichenko, escribí el primer fragmento de El pueblo en la guerra de modo inesperado. Escribí rápidamente, casi sin correcciones, solo eliminando lo que no era lo suficientemente “auténtico” (por su sentido y por su lenguaje).Esta confesión de Sofia Fedórchenko supuso un escándalo y el final de su carrera literaria. Y aunque hay un estudio que demuestra que la autora solo imitó el habla de los soldados, en realidad el valor del libro sigue siendo innegable.Ciertamente no se trata de un texto con un valor documental, como creyeron quienes durante la década de los años veinte se sirvieron de él sin mencionar a su autora, propiciando la situación que llevaría a Fedórchenko a proclamar la verdad. Pero sin duda es un texto de un indudable y enorme valor literario.Es imposible negarle a su autora el talento para imitar el habla de los soldados, del pueblo llano —hasta el punto de engañar a todos cuantos creyeron en la autenticidad del texto—. Pero sobre todo es imposible negarle la sensibilidad para captar las preocupaciones, emociones, pesares y alegrías del soldado en el frente. Para poder hacer creer en la verosimilitud de estos testimonios, Fedórchenko no solo tuvo que aplicarse a reproducir la forma de hablar de los soldados, tuvo además que meterse en su cabeza. ¿No es eso lo que hacen los buenos escritores?Esa sensibilidad para captar el sentir general, la forma en que late y se concreta la conciencia colectiva de un grupo vuelve a brillar en La Revolución. Como el primer volumen este está dividido en varios epígrafes: “Opiniones sobre el zar y Rasputin”, “Añoranza del fin de la guerra”, “Opiniones sobre las elecciones y los diputados”, etc.
Los soldados rasos siempre hemos tenido muy claro que un hombre sencillo no quiere la guerra, sólo le acarrea males. Tenemos tierras de terratenientes para dar y regalar. ¿Para qué íbamos a quitárselas a los extranjeros.Claro, los hay que hablan de todo con palabras de libro y que entienden y explican todo lo de ahora según los libros. Aunque es poco probable que hayan entendido las cosas mejor que nosotros. Y es que hemos llegado a comprenderlo todo no por libros, sino por una vida de miseria.Ni que tuvieras canas o una panza hasta las rodillas. Estás en la flor de la vida y eres enjuto. ¿Para qué quieres subirte a una estufa? Da unos cuantos codazos, hermano, a ver si tus hijos acaban viviendo mejor.Todos y cada uno de ellos hacen disfrutar al lector por su frescura. Fedórchenko supo captar ese momento de ebullición en que en los soldados del frente se mezclaba la alegría de creer próxima la vuelta a casa con la duda de que tanta dicha pudiera ser cierta; la prevención y la desconfianza ante el nuevo orden de cosas que les anunciaban y una luminosa esperanza ante el nuevo mundo que les decía había amanecido. Los mil matices de una situación tan nueva vibran en estas páginas, sean inventadas o no.