A partir del mes de octubre de 2015, los lectores podrán disfrutar de una singular rareza literaria y filosófica que Hermida Editores pondrá a disposición del público. Sin duda, una de las novedades más enjundiosas del presente curso editorial: Apoteosis de lo infundado, texto hasta ahora inédito en lengua española del escritor y filósofo ucraniano Lev Shestov, figura aún muy poco estudiada en el panorama cultural hispanohablante, a pesar de que fue autor del todo prolífico, que redactó obras de muy diverso calado sobre pensadores como Kierkegaard, Pascal o Descartes, y ensayos de profunda hondura y gran calado sobre la relación entre Nietzsche, Dostoievski y Tolstoi. No en vano pertenece Shestov a la generación de uno de los gigantes rusos del siglo XX, Nikolái Berdiaev, eminente teórico católico que indagó igualmente en las obras de Nietzsche y Dostoievski y que nunca tapó su boca frente a las desigualdades sociales.Sin embargo, Shestov (1866-1938) no se deja contaminar por dogmas ni ideas preconcebidas.Apoteosis de lo infundado supone el fruto maduro de este empeño autodidacta y heterodoxo, una obra en la que su autor antepone la necesidad metafísica del ser humano al ahínco por sistematizar y dar forma definida a sus reflexiones y máximas: “Que un pensamiento o incluso una serie o sistema de pensamientos sean inútiles e innecesarios –escribe Shestov– no es motivo suficiente para rechazarlos. Si un pensamiento aparece, ábrele la puerta, porque si le cierras la entrada legal ingresará por la fuerza o se colará en secreto”.No podemos saber nada sobre las cuestiones últimas de nuestra existencia y nada sabremos de ellas: es cosa decidida. Pero de ello no se desprende que cada individuo esté obligado a aceptar como modus vivendi cualquier de los dogmas existentes.En este libro que apenas llega a las 200 páginas –excelentemente traducido y comentado por Alejandro Ariel González– asistimos a los más personales pensamientos de un autor cuyo periplo vital estuvo plagado de viajes y contactos con diversas culturas, fundamentalmente europeas. Aunque llegó a conocer al que quizás se situaba como el gran baluarte filosófico de la época, Edmund Husserl (con quien trabó una relación cercana), fue el estudio de la obra de Kierkegaard lo que cambió definitivamente su manera de considerar la filosofía como disciplina. Del filósofo danés tomará, por un lado, su crítica al idealismo hegeliano y al lenguaje innecesariamente rimbombante y recargado y, por otro, la necesidad de acudir al yo, a la subjetividad, para afrontar las más recónditas inquietudes humanas. Además, Shestov, como ya indicara igualmente Schopenhauer un siglo antes, consideró que el lugar propio de la filosofía no son las universidades, donde las ambiciones y los intereses ciegan las auténticas miras que deben encumbrar a un docente hasta la cima del conocimiento: el trabajo y la vocación.Desde luego, es difícil ser un buen filósofo si se tienen hábitos sedentarios, y el hecho de que los destinos de la filosofía hayan estado siempre en manos de los profesores sólo cabe explicarlo por que los envidiosos dioses no han querido otorgar a los mortales el conocimiento de todas las cosas. Mientras sean los sedentarios quienes busquen la verdad, la manzana del árbol del conocimiento no será arrancada. De esto deben ocuparse aventureros sin hogar, nómadas de nacimiento, para los cuales ibi patria, ubi bene [la patria está donde se está bien].
El ucraniano Lev Shestov en un retrato de 1902
Y es que no hay nada tan querido para Shestov como las ideas, a las que damos vida, alimento e incluso muerte cuando ya no nos sirven. Esté o no demostrada su verdad, nuestros pensamientos son el más preciado tesoro de nuestra existencia: “en la desgracia son consolares, en las situaciones difíciles son hábiles coimputados. Con ellos ni morir da miedo; marcharán a la tumba con el hombre como única riqueza imperecedera sobre la tierra”. Aunque hay que notar que el ucraniano se muestra crítico y tajante cuando se refiere al ahínco por estudiar la historia de la filosofía como si de arqueología de las ideas se tratara: empleamos la filosofía como una simple herramienta que se alquila por horas, cuando, a juicio de Shestov, la auténtica filosofía llama al desasosiego y aleja de la calma:
La filosofía debe abandonar los intentos de dar con la veritas aeternae. Su tarea radica en enseñar al hombre a vivir en lo desconocido, a ese hombre que lo que más teme es lo desconocido y se esconde de él tras diferentes dogmas. En resumen: la tarea de la filosofía no es tranquilizar, sino turbar a las personas.Hay pues que retomar el auténtico sendero filosófico, el de la duda que hace temblar al ser humano, y dejar a un lado el “discipulismo” y el tráfico de ideas, mercancías sólo válidas en el bazar en el que la universidad se ha convertido. Los dogmas y sistemas pueden ayudar a ordenar los pensamientos una vez desarrollados, pero no debemos asentarlos como si de productos acabados se tratara. Precisamente porque, como explica Shestov, “la desesperación es el momento más grande y solemne de nuestra vida”, y sólo arrostrando los miedos, inquietudes y preocupaciones podemos hacer filosofía e invitar a los demás a pensar el mundo con mirada crítica.Es preciso que la duda se convierta en una fuerza creativa constante que impregne la esencia misma de nuestra vida, ya que el conocimiento sólido es condición de una percepción imperfecta.Estamos ante un libro único, imprescindible para entender el devenir de la filosofía (y de la literatura) del primer tercio del siglo XX en Europa, que nos da a conocer a un autor casi totalmente desconocido de manos de una magnífica traducción. Una obra que es muchas a la vez, en la que se dan cita personalidades de toda condición (Nietzsche, Schopenhauer, Kierkegaard, Chéjov, Tolstoi, Dostoievski, Cervantes…), en la que el lector se verá interpelado constante y amenazadoramente por la vivaz y entretenida pluma de Shestov.