Libro «Tratados de la desesperación» de Pascal En Ciudad de Azófar

Publicado el 18 febrero 2016 por Hermidaeditores
enlace al medio

Mesa de novedades: Blaise Pascal y el barón Von Knigge.


El gran Thomas Bernhard tenía a Pascal entre sus autores de cabecera; siempre que tuvo ocasión, recomendó leer y releer la obra magna del sabio de Port Royal, los célebres Penséessi se quería  entender de manera muy gráfica la precariedad y humildad de nuestra condición humana. Para Bernhard, Pascal era uno de esos autores que se vuelven más grandes cuando los leemos por segunda vez. "Hay otros, en cambio  —decía— que cuando volvemos a leerlos por segunda vez hasta nos avergonzamos de haberlos leído la primera", nada más alejada de Pascal esta observación.


Blaise Pascal, Gérard Edelinck, 1691

Quien quiera adentrarse en la obra íntegra de Blaise Pascal puede acceder a una buena edición en castellano de los textos más importantes, con sus opúsculos matemáticos y sus obras de física, los "Pensamientos" enteros y las "Cartas al Provincial", si escoge la edición publicada por de  Editorial Gredos, y prologada por Alicia Villar. Pero si algún lector o lectora prefiere un  acercamiento más sencillo a través de una lectura aproximativa y no por ello menos adecuada ni profunda, es muy recomendable el volumen publicado recientemente por la editorial madrileña Hermida Editores: Tratados de la desesperación. 

La edición está a cargo del escritor Gonzalo Torné, a su cuidado se debe la espléndida traducción de una cumplida selección de los Pensamientos de Pascal. No es la obra completa, no se lleve a engaño el lector, pero sí contiene tal vez lo más sustancioso de ella. Lo que hoy conocemos como Pensamientos engloba algunos esbozos y reflexiones incompletos, algunos textos más aptos para especialistas en teología que para lectores cultos y más casuales. El aficionado al pensamiento (nunca mejor dicho) tiene en la selección elaborada y traducida por Torné un excelente compañero y guía. "Tratados de la desesperación" tal vez sea un título adecuado para un hombre que siempre estuvo a vueltas con la cuestión de la fe personal y con la preocupación por el ser humano y su destino más allá de la vida sensible, la eternidad, la pervivencia del alma y, en definitiva, la pregunta por la trascendencia: ¿somos algo más que un mero cuerpo corruptible? ¿Un simple organismo físico que mora en un insignificante planeta en medio del vacío del espacio infinito?. 

Tratados de la desesperación

El lector encontrará es estos Tratados de la desesperación magníficos párrafos de sabiduría; aforismos y reflexiones sin desperdicio y, cómo no, unas cuantas páginas muy bien estructuradas que recopilan las reflexiones en torno a la famosa "apuesta de Pascal". Son tan convincentes que el lector se sentirá un necio si no se obliga él mismo a apostar por lo mejor. Imaginémonos decía Pascal, que apostamos por que hay una vida eterna (que apostamos por la existencia de Dios). Si lo hacemos así, y en contra de la extinción en la nada… ¡qué inmenso será lo que ganaremos si en verdad existen Dios y el más allá! Y en caso de que no existan, ¿cuánto será lo que perdamos? En este último caso, la pérdida siempre sería la misma que si no apostamos. A los hombres descreídos les resulta más fácil pensar que no existe nada, que no hay trascendencia, que nuestra vida es plana y sin sentido; prefieren pensar así que apostar y arriesgarse a creer en Dios y cumplir con sus preceptos; Pascal sospechaba que pensar de este modo tan nihilista es dejarse guiar por la pura gandulería. Los seres humanos prefieren lo fácil a lo difícil, y lo fácil es lo más plano y vulgar, mientras que lo más difícil es lo más honesto y lo más noble: creer y comportarse como si fuésemos a ganar la eternidad con nuestras obras. En fin, Pascal hoy, en una época de vulgaridad extendida y de fe única y sola en las ideologías, supondrá un refugio para aquellas personas que necesitan aferrarse a algo sólido, aunque esa solidez hable precisamente de nuestra fragilidad. Y, sin embargo, también lo hace de nuestra grandeza por la sencilla razón de que el ser humano —tomado en su expresión más excelsa— difícilmente se conforma mucho tiempo con lo meramente fácil y vulgar.