Siguen llegando libros a casa. Uno de ellos se ha hecho notar. Con sus 1.062 páginas sus 29 x 23 cm., la edición facsimilar de la revista Espadaña (León, 1978), que me ha regalado mi hermano José María, me recuerda mis primeros años en el departamento de Literatura Española en la antigua Facultad y aquellos ejemplares de los facsímiles de algunas de las revistas más importantes de la vanguardia y la posguerra españolas. Otro regalo me lo traje antes, el de mi compadre: la «edición completa» de las Poesías de Meléndez Valdés que se publicó en 1849 en Barcelona (Juan Oliveres, impresor de S. M.), y que reproduce en paginación y contenido la de 1838 (Barcelona, Francisco Oliva), que también tengo, y que los editores del poeta, los hispanistas Polt y Demerson, decían no haber visto. Y hoy ya está en casa el último libro de Pureza Canelo, Retirada (Pre-Textos, 2018), con cuarenta y cinco textos en prosa como apuntaciones de dietario más uno de cierre, de tan solo una línea, que es como un pie a un fondo musical (flamenco). Merece lectura más sosegada y un espacio aparte. Como también ya están aquí los Poemas póstumos de Luis Eduardo García, que ha editado Cumbreño en Liliputienses y que han llegado con el tercer número de la «revista microscópica de poesía» Los poetas no son gente de fiar, que trae también un poema del mexicano García. Esta noche es más de asientos bibliográficos, como puede comprobarse. Es que yo siempre he tenido afición a escribir; pero una vez que me pongo a la tarea, me sale esa inclinación inevitable a escribir tonterías. Y últimamente escribo demasiadas. A mí me suena que en El tío Vania de Chejov alguien le dice a alguien que solo escribe tonterías. Pues yo debo de ser ese. Yo necesito a alguien que me diga no sé qué de los tontos y que siempre queda alguno. Qué gracia. En serio, siguen llegando libros a casa y es mi problema buscar la manera de acogerlos.