Libros en los que vivir, G. K. Chesterton

Publicado el 15 julio 2017 por Kim Nguyen

Sin embargo, cuando leía novelas era tan frugal, y tan codicioso, como un campesino francés. Me gustaba tanto contemplar el grueso volumen de una novela de detectives como un grueso pedazo de queso; abrirlo por la primera página, entretenerme con el primer párrafo y luego volver a cerrarlo y sentir el poco placer que había desperdiciado. Y mis novelistas preferidos siguen siendo los grandes novelistas del siglo XIX que dan impresión de volumen y variedad, como Scott, Dickens o Thackeray. Obtengo el mismo o mayor placer artístico y siento la misma o mayor simpatía moral hacia muchos escritores posteriores, con el contundente mot juste de los relatos de Stevenson o con la ironía insurgente de los del señor Belloc. Pero Stevenson tiene un defecto como novelista, y es que hay que leerlo muy deprisa. Novelas como Mr. Burden no sólo exigen que se las lea deprisa sino también con ansia: describen una lucha breve y encarnizada, y el ánimo del lector y del escritor es heroico y extraordinario, como si fuesen dos hombres librando un duelo. En cambio, Scott, Thackeray y Dickens poseían el misterioso talento de la novela inagotable. Incluso al llegar al final, sentimos a veces que no tiene fin. Hay gente que afirma haber leído Pickwick cinco, cincuenta o quinientas veces; por mi parte, sólo la he leído una vez. Desde entonces, he habitado en Pickwick y he entrado en ella siempre que me apetecía, igual que otros entran en su club. Y siempre que lo he hecho he tenido la sensación de descubrir algo nuevo. No estoy seguro de que autores tan estrictos y modernos como Stevenson o el señor Belloc no padezcan a causa del rigor y la agilidad de su arte. Si un libro ha de ser habitable, debería ser también (igual que ocurre con una casa) un poco desordenado.

G. K. Chesterton
Cómo escribir relatos policíacos

Foto: G. K. Chesterton, 1930
Photo by Keystone/Getty Images

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