Me niego a perder más tiempo. La segunda parte de Hija de humo y hueso se me ha hecho insufrible y soporífera, un sinsentido en el que seguir leyendo es un acto de masoquismo.
No se puede juzgar un libro sin terminar de leer, y otras chorradas por el estilo pensaréis muchos. Bien, desde aquí, humildemente, revindico lo que tan mal visto se tiene: no terminarse un libro.
Hace unos días leí a una amigaque un escritor en ciernes lee desde una perspectiva crítica. Por supuesto que sí, nadie es objetivo, pero hay límites. En mi caso, suelo señalar con lápiz frases malsonantes, erratas y lo que voy pensando del libro al final de un capítulo en plan: “¿Por qué pasa esto?”, “dramaboy”… Que luego, a la hora de reseñarlo, obvio y juzgo sólo por el grado de entretenimiento y la trama o la historia en sí. No suelo ser quisquillosa con detalles puntillosos.
Sin embargo, este libro se pasa de castaño oscuro y se convierte en negro. Lo empecé en marzo (me lo compré cuando salió deseosa de continuar con Karou y compañía, craso error), y me he engañado a mí misma diciéndome una y otra vez: “venga, termínalo”. Pero no, las lecturas se acumulan, afortunadamente mejores que esta, y hay que hacer un filtro y priorizar. Días de sangre y resplandor es un ejemplo perfecto de “las segundas partes nunca fueron buenas”, ni menos necesarias, me permito añadir.
Aviso, si no os habéis leído el primero y pensáis hacerlo, dejad de leer la reseña, porque para ilustrar y justificar mi enfado tengo que compararlo con su antecesor, para que veáis que la incoherencia es el plato fuerte del libro.
Recuerdo que en el primer libro lo que más pesado se me hizo fue el final, donde Madrigal contaba cómo se había enamorado de Akiva, etc. Karou, por su parte, me gustaba mucho como personaje, creo que dije que no me pareció muy petarda para ser la protagonista femenina de un libro juvenil. Esto desaparece en este libro. Toma el mando Madrigal, una Madrigal para nada luchadora como nos hizo creer falsamente su antecesor. No encuentro, y mira que me esfuerzo, ninguna justificación para explicar que Karou se convierta en resucitadora a las órdenes de quien la mandó ejecutar siendo Madrigal. Por muy en deuda que se sienta con los de su especie. Ella no es así, o por lo menos en el primer libro no era así. Y si accediera, lo haría siendo mordaz, no limitándose a un cuarto en una torre sin voz ni voto, dejando que todos murmuren y la quieran ver muerta de nuevo por traidora… En fin, ningún sentido argumental válido encuentro en esto.
El único coherente es Thiago, el lobo, que es igual que en el primer libro, el resto… Con lo que me gustaba Zuzana, ¡qué chasco!
En definitiva, creo que con doscientas cincuenta y dos páginas leídas puedo afirmar, sin equivocarme, que la autora se ha perdido en su mundo, creando una guerra, o una reconquista más bien, donde ambos ejércitos (quimeras y serafines) van dando tumbos hasta un final, por lo visto inesperado. Y digo yo, no hace falta hacer un mal libro para conseguir un vuelco o un sorprendente desenlace, de hecho, es una técnica un tanto… reprochable. Porque es lógico que te parezca un buen final si el resto es bazofia.
Se lee por placer, no por la obligación de terminarlo.
¡Juzga por ti mismo!