De vez en cuando me pasa que me olvido un libro en algún lado, generalmente en un banco o una parecita en que me siento a descansar un rato, entre venta y venta, para darle respiro a los pies y la cabeza.
Hoy, por ejemplo, fue uno de poesía, pero me ha pasado con cuentos infantiles, con novelas; apoyo la pila de libros a mi lado, saboreo el paso del tiempo, y cuando me levanto para irme, zas, me dejo el último del montón ahí mismo, sin darme cuenta hasta varias cuadras después de caminata.
Primero pienso: perdí un libro, ¿dónde?, ah, ya sé, ¿voy a buscarlo?
Y casi invariablemente me respondo: no, no importa, alguien lo va a leer.