El nombre de Geoff Emerick a muchos no les dirá nada. Y, después de aclarar que fue un ingeniero de grabación que trabajó con los Beatles, tampoco les dirá mucho más. Pero si añadimos que asistió a la primera sesión profesional del grupo en Abbey Road, la cosa empieza a cambiar. Y si además nos enteramos de las minucias de su trabajo en discos tan esenciales como Revolver o Sgt. Pepper's, el tío pasa de representar una simple nota a pie de página en la inabarcable bibliografía sobre los fab four a merecerse un libro entero. Este.
El principal mérito de Emerick fue traducir a un innovador lenguaje técnico las ideas musicales de los egos pensantes Lennon y McCartney. Con sana iconoclastia el muchacho fue poco a poco atreviéndose a contravenir todas las reglas de oro de
EMI sobre el funcionamiento interno del estudio de grabación y el uso del material. Acercar un micro a un amplificador un centímetro más de la cuenta podía suponer una alegre carta de despido. Usar un bafle cableado en sentido contrario como amplificador de bajo era una maniobra arriesgada que podía haber acabado con una llamada al orden por parte de los gerifaltes de la corporación. Emerick se la jugaba una y otra vez. Aunque teniendo en cuenta que lo hacía con la connivencia del grupo que ganaba más dinero del mundo, tampoco importaba demasiado si los resultados acompañaban. Y qué resultados. ¿Hubiera sido capaz el estiradillo George Martin de conseguir prodigios técnicos como los que se sacaba de la manga el chavalito día sí día también? Por mucha impecable formación clásica y experiencia que atesorara el productor de 40 años, posiblemente no habría sido lo mismo sin la participación del chico. Y para muestra, un botón. Para la posteridad han quedado cosas como el sonido de otro mundo de Tomorrow Never Knows, la ferocidad de las cuerdas en Eleanor Rigby, el controlado caos sónico de A Day in the Life, las atmósferas de Strawberry Fields Forever o el poderoso sonido del bajo en Paperback Writer.