Los libros son algunas de esas cosas que, como los paraguas, parecen no pertenecer nunca ni realmente a nadie, cuando menos no de un modo definitivo. Es como si se tratase de objetos que tuviesen la capacidad de indeterminar el sentido de la propiedad, de abstraer la certeza de una posesión. Como si al adquirirlos lo que realmente hiciesemos fuese suscribir un alquiler con opción de acceso a la consentida resignación, el día en que alguien decida que ya no son nuestros.
Muchos son los que perdí a través del préstamo, por eso y desde que conozco esta curiosa cualidad suya, tan sólo dejo un libro cuando y con quién no encontraría inconvenientes en regalarselo.
Ésta capacidad de distracción propia de los libros no es adquirida, como tampoco reciente, se remonta casi hasta el momento de su origen, en que eran artesanales e incunables. Ya en 1.568 el Papa Pío V, dándo respuesta a las múltiples quejas que sobre el robo de libros recibía de conventos y monasterios, decretó que:
"... Nos, sobre esto, en la medida que interesa a nuestro oficio, deseoso de poner remedio oportuno, voluntariamente y nuestro conocimiento decidido, ordenamos por el tenor de la presente, a todas y cada una de las personas eclesiásticas seculares y regulares de cualquier estado, grado, orden o condición que sean, aun cuando brillen con la dignidad episcopal, no sustraer por hurto o de cualquier modo que presuman de las mencionadas bibliotecas o de algunas de ellas, algún libro o cuaderno, pues nos queremos sujetar a cualquiera de los sustrayentes a la sentencia de excomunión, y determinamos que en el acto, nadie, fuera del romano pontífice, pueda recibir la absolución, sino solamente en la hora de la muerte.”
Las bibliotecas solían exhibir copias más o menos elaboradas del contenido de ésta carta, en lugar destacado para que leyendolas, los amigos de lo ajeno reconsiderasen la idea de la sustracción, sometiéndola a nueva y reconducida reflexión...
Particularmente famosa se hizo la Cédula de Excomunión que se exponía en la antigua biblioteca de la Universidad de Salamanca, y que se conoce popularmente como "La Salmantina": “Hay excomunión reservada a su Santidad contra cualesquiera personas que quitaren, distrajeren, o de otro cualquier modo enajenaren algún libro, pergamino o papel de esta biblioteca, sin que puedan ser absueltos hasta que esta esté perfectamente reintegrada”
Puestos a destacar otra cédula explícita y amenazante, en el estilo más característico y tradicional de la Iglesia, no debemos pasar por alto la del Monasterio de San Pedro, en Barcelona: “Para aquel que robara, cogiera prestado o no retornara un libro a su legítimo propietario, que se transforme en una serpiente en su mano y se la desgarre. Que quede paralizado o todos sus miembros malditos. Que sufra el dolor pidiendo en voz alta clemencia, y que no se le permita recuperarse de su agonía hasta que se descomponga. Permítase a los gusanos de los libros que roan sus entrañas… y cuando vaya a alcanzar su castigo final, permítase que se consuma eternamente en las llamas del infierno”.