El trasfondo humanista del Viaje a Italia de Montaigne puede apreciarse en diversos aspectos, como la constatación que en diario se nos hace acerca de la diversidad de las costumbres, si bien dentro de un denominador común que ser perfila ya como una idea bastante clara de lo que es Europa. El viajero recorre Francia, Suiza, Alemania e Italia narrando, como él mismo reconoce, con “liberté de conscience” las diferentes maneras de ver el hecho religioso, por ejemplo. Es, por tanto, este diario de Montaigne un testimonio significativo de esa Europa en ciernes que recorren hombres observadores y cultos. Debemos comentar, siquiera someramente, otro de los aspectos humanísticos del libro de Montaigne, como es el del amor a los autores grecolatinos y la Antigüedad. Este sentimiento puede verse de una manera implícita cierto sentimiento de carpe diem dentro del propio viaje. Así pues, cada jornada es su propio fin, de manera que mientras estas duran es posible olvidar que al cabo de todos estos días de descubrimiento habrá que emprender el tedioso regreso al punto de partida, regreso que en el caso de Montaigne tuvo lugar antes de lo previsto. Montaigne siente, pues, cierto gusto horaciano por este gozo del presente, no incompatible con el sentido de lo mudable, tan característico de Las Metamorfosis de Ovidio, que también se plasma en el relato.
Más allá de estas improntas, también cabe encontrar las ineludibles referencias explícitas a los autores clásicos, en especial sus autores preferidos. Al referirnos su paso por la Biblioteca vaticana, Montaigne nos habla de preciosos manuscritos, como los de un Séneca y dos obras de Plutarco, o una Eneida que confirma a Montaigne sus sospechas acerca de la dudosa veracidad de los conocidos cuatro primeros versos quee en algunas ediciones abren la obra, pues este manuscrito no los contiene. Pero no sólo se habla de manuscritos, sino que se hace una referencia a libros impresos tan importantes como la Biblia Sacra del impresor y editor flamenco Cristóbal Plantino. De esta forma, encontramos tanto el conocimiento e los clásicos como el reconocimiento de las grandes empresas editoriales humanísticas. Volviendo a los clásicos, es, simplemente, un deleite leer la conversación que mantiene durante una comida en Roma con el embajador francés acerca de la traducción francesa de Plutarco, estando también presente el humanista De Muret.
Imagino estas amables conversaciones trasladadas ahora al contexto de algunos momentos de charla amable con colegas inteligentes, momentos que surgen de manera improvisada, como la charla que mantuvimos Manuel López Muñoz, Felipe González Vega y yo mismo hace unos años durante un desayuno en Baeza. Bien dice Montaigne en uno de sus ensayos cuánto más vivifica la conversación con un buen amigo que todas las lecturas posible. FRANCISCO GARCÍA JURADO