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Dice Quim Monzó en su columna de hoy de La Vanguardia, titulada "El sexo de los libros", que Nicolás Maduro se ha convertido en un icono de la retórica por su forma de hace discursos.
Y lo dice en referencia a una de sus últimas apariciones, con motivo del comienzo del curso escolar en Venezuela:
Vamos a prepararnos, ya saben, para el lunes, para empezar las clases, para llevar a nuestros niños, niñas, a la escuela. El lunes vamos a entregar, vamos a empezar la entrega ¡de treita y cinco millones de libros y libras!Si no me creen, escúchenle a él mismo, porque no habla de la moneda de curso legal en las Islas Británicas:
Al día siguiente, le echa la culpa a la derecha estúpida, por no entender nada:
Es en este segundo discurso en el que se demuestra la afirmación anterior de Monzó.
Es evidente que es un provocador: Como dice una comentarista en Nueva equivocación de Maduro,
lo hace a propósito para dar que hablar y evitar que la gente se dé cuenta de lo que pasa en el país. Y añade: "no creo que la brutalidad de una persona llegue a tanto".
Yo creo que sí llega a tanto, pero a toro pasado, es fácil reaccionar y construir un discurso para seguidores cautivos.
Monzó se pregunta si los libros tienen sexo, un poco al estilo de los ángeles.
Y si les cuento todo esto es porque en el último párrafo de la columna de Monzó me parece definitorio:
"…Prometer "libros y libras" es otro nivel. Es la obsesión de los amantes del fariseísmo gramatical por invertarse una lengua de laboratorio y así simular, a base de confundir deliberadamente sexo y género, que son muy igualitarios.
Es Ibarretxe hablando de "los vascos y las vascas"; es Xavier Trías hablando de "barcelonins i barcelonines"; es la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, hablando de "miembros y miembras"; es aquél locutor que hace unos años habló del número de "perros y perras" que había en Barcelona.
En 1993 Felipe González ganó las elecciones con menos escaños que en las anteriores. Fue cuando dijo aquella famosa frase: "he entendido el mensaje". Pues bien, aquel discurso, que comenzó con el inevitable "¡compañeras y compañeros!", lo remato con "espero que todos sepan aceptar el resultado con la hombría de bien que exige la democracia".
¡El mismo individuo que utilizaba "compañeros y compañeras" utilizaba poco después "hombría"!
Han pasado 20 años y los fariseos gramaticales son ya legión".
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Sí, sí, han leído bien. Aunque no creo que haya que ir más allá del lapsus linguae.
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