La segunda y última vez que Timothy Dalton encarnó a James Bond tuvo como resultado una de las aventuras más atípicas del agente secreto. “Licencia para matar” (John Glen, 1989) no suele ser una película demasiado apreciada por los fans del personaje. De hecho, en su momento pusieron el grito en el cielo (un grito parecido al que pusieron cuando se anunció lo de Daniel Craig, añado), y la taquilla tampoco acompañó mucho, o eso dicen los expertos, aunque que queréis que os diga, los 156 millones que amasó en taquilla mundial no es moco de pavo. Ay, los tipos de Hollywood, que siempre quieren more, more and more.
Los fans. Benditos malditos. Yo soy fan de la saga Bond (culpable: mi viejo, que típico) y considero “Licencia para matar” una de las mejores películas sobre el personaje. Y que curioso, el argumento al que siempre me agarro para defender la cinta es precisamente el mismo que usan sus detractores para condenarla: “Licencia para matar” es, dentro de la franquicia, una rareza. Bond no está en “su mundo”. Y es una rareza tanto o más grande que aquella denostada “Al servicio secreto de su majestad”, películas hermanadas más allá del hecho de ser dos aventuras atípicas. Vamos por partes.
¿Argumento? Comienza con Félix Leiter, normalmente agente de la CIA, aunque en la película que nos ocupa pertenece a la DEA. Personaje recurrente de la era Connery, únicamente apareció en una de la era Moore. Sus dos últimas apariciones fueron en las cintas protagonizadas por Dalton, desapareció del mapa en la era Brosnan y ha regresado con Daniel Craig. El tipo es amiguísimo de Bond, y al comienzo de “Licencia para matar” se casa. El matrimonio le dura diez minutos. El malo de turno mata a su mujer y a él lo deja mutilado y para el arrastre. Y aquí tenemos los dos primeros detalles significativos que diferencian ésta cinta de las demás: reemplazamos al villano raro de turno por un señor de la droga y reemplazamos el sentido del deber por la gozosa y gloriosa búsqueda de venganza. Un Bond agresivo y por momentos colérico sale de caza. Ups, se me olvidaba: licencia para matar revocada, por hacer el cabra, que eres un agente secreto al servicio de Su Majestad, no Charles Bronson, hombre….
El Bond presentado en “Licencia para matar” (bueno, y en la anterior “Alta tensión”) es un Bond oscuro, deudor del Bond de Sean Connery y antecedente directo del Bond de Daniel Craig, un tipo que se traga un martini con vodka, te mata, y luego se bebe tres más. La principal motivación de Bond siempre ha sido el deber, el trabajo, la misión, salvar al mundo, y que coño, echar un polvo cuando se puede. Aquí entra la novedad principal: lo que mueve a Bond en “Licencia para matar” es la venganza, algo inédito hasta la fecha en la saga (salvo en la escena inicial de “Diamantes para la eternidad”, con un Bond que busca sangre por el asesinato de su esposa en la entrega anterior). Bond se pasa por el forro las órdenes, más que nunca, manda a la mierda “la misión” y se embarca en “su misión. Y aquí hago un inciso: lo que cabrea a Bond es el ataque a Félix Leiter y su flamante nueva esposa. Leiter vive, pero se va directo a cuidados intensivos. Y su mujer, a estrenar lápida. Hago el inciso porque ésta es la única película de la saga en la que se comenta que Bond contrajo matrimonio en el pasado, y que no salió bien (lo hizo en la protagonizada en 1969 por George Lanzenby). Bond pone cara amarga al recordar el hecho. Y así “Licencia para matar” se hermana directamente con la oveja negra de la saga. Así que me puedo aventurar a decir que lo que convierte a Bond en un justiciero es, más que el brutal ataque a sus amigos, el recuerdo de su esposa asesinada. Ahora la esposa asesinada no es la suya, pero basta para recordarle a Bond un hecho trágico (¿el más trágico?) de su pasado, y claro, cuando Bond se cabrea……”Aquí van a haber hondonadas de hostias”, que diría cierto personaje de “Airbag”. Hostias, tiros, explosiones, arponazos e incluso algún que otro bocao de tiburón. Bond no volverá a ser un tipo vengativo hasta “Quantum of solace”, aunque podríamos mencionar que en “El mañana nunca muere” se le pone la cara regular cuando asesinan a Teri Hatcher.
Puestos a analizar la película en sí, la verdad es que no es cosa del otro mundo. Bien servida y entretenida, si, pero perfectamente podría haber sido protagonizada por cualquier otro actor haciendo de cualquier otro personaje. Si quitas a Bond de le ecuación, “Licencia para matar” está más cerca de películas como “Arma Letal” que del resto de la saga. Es una cinta genérica de “vengador busca venganza”. Hija de su tiempo, los ochenta, incluso tiene una pelea de bar con música rock de fondo. No salva el mundo, no hay villanos de comic, ni conspiraciones políticas. Una película de acción para un sábado por la tarde. Pero si metemos a Bond en la ecuación la cosa se convierte en especial. Misma forma, pero distinto fondo. Original, atípica y entretenida, con algunas muy buenas escenas de acción. No necesito más. Pero si lo necesito, lo busco y lo encuentro: Timothy Dalton, el último Bond fumador. Y subrayo lo de fumador porque, señores, un Bond completo fuma, folla, bebe y mata, y al Bond de la nueva generación le han quitado el tabaco, pero bueno, ese ya es otro tema. Soy consciente de la gran cantidad de detractores que tiene (tuvo) el periplo de Dalton como James Bond, pero a mí me encanta la labor de éste hombre en el papel. Dicen los expertos en el tema que Dalton ha sido el actor que más se ha acercado al Bond original creado por Fleming en las novelas. Elegancia y dureza en su justa medida. No he leído todas las aventuras impresas en papel sobre el personaje, pero lo poco que he leído me ha llevado a darles la razón a esos expertos. Dalton lo borda, y lo pongo al nivel de Connery y de Craig. Y no se me echen las manos a la cabeza: El propio Connery declaró una vez que su Bond favorito era Timothy Dalton. Hablando estrictamente de James Bond, los tres han jugado en la misma liga con el personaje, los tres han metido gol. En mi opinión, Brosnan, Moore y Lanzeby son Bonds inferiores, aunque han sabido jugar bien las cartas que les ha tocado, sobretodo el bueno de Pierce y, en algunas películas, Sir Roger Moore. Lanzenby tenía percha y estaba sobresaliente soltando puñetazos, pero lo del carisma era un concepto que le quedaba un poco lejano. Y hablando de Lanzeby, tal vez un día me anime a escribir sobre “Al servicio secreto de su majestad”, sobresaliente película Bond, mejor que todas la de Moore y que la mitad de las de Connery.