No creo que nadie pueda poner en tela de juicio la importancia del liderazgo, las empresas más exitosas suelen ser aquellas en las que el modelo de dirección es un organismo sano que alimenta relaciones y permite expresar diferentes opiniones sin riego de colisión entre ellas. El verdadero líder no se impone, se escoge. No recuerdo el nombre de la empresa, pero hace tiempo escuché un proceso realmente interesante en torno al cual formar un verdadero equipo directivo. Este método consistía en que cuando una persona se incorporaba en la empresa, ésta rotaba por todos los departamentos, al final del periplo la persona podía escoger aquel jefe con el que mejor encajaba. Este proceso democrático distinguía a los buenos de los malos, a los que todo el mundo quería y de los que todo el mundo escapaba. Obviamente, los malos tenían un camino claro, mientras que los buenos reforzaban su propio modelo.
Este ejemplo siempre me resultó curioso por su riesgo y efectividad. Si planteásemos este proceso de selección de liderazgo en las empresas, estoy seguro que muchos de los “líderes” de las mismas se opondrían radicalmente a la idea, ¿motivos?, innumerables: pérdida de tiempo, alto coste, arbitrariedad, populismo, pérdida de foco,...
Las altas esferas de las organizaciones suelen tener como objetivo mantener su posición a cualquier precio, y no hay nada mejor para ello que fomentar el status quo; que nada cambie es la mejor receta para persistir en el cargo cuando realmente lo tuyo es la mediocridad. Cambiar es arriesgarse a que alguien te vea y se de cuenta de que el “cómo” haces las cosas no es apropiado.
Esta lucha por sobrevivir da lugar a entornos agresivos, donde la manera de resistir es morder, gritar, imponerse, destacar, ser visto, apabullar, ganar al otro,... Venimos de las cavernas, y en las cavernas ganaba el más fuerte. Hoy es lo mismo pero de forma más “civilizada”. Tengo la sensación de que quienes llegan más alto suelen ser aquellos que más muerden, y en el camino hay heridos que nada importan, porque lo realmente importante es llegar, y sobre todo aguantar. ¿Y qué pasa con los otros, con los que tienen otra forma de hacer las cosas?, parece que ésos no importan, pero ésos forman las organizaciones y son quienes las hacen exitosas o ruinosas.
La cultura del mordisco diseña planes estratégicos, por supuesto poco éticos y poco humanos. Son modelos llenos de mentiras, de falsedad y poca honestidad. En esos ecosistemas es difícil que otro tipo de personalidades alcancen posiciones de decisión, personas que propongan otra forma de hacer las cosas, y el resultado es que se acaba imponiendo la creencia de que sólo hay una forma de triunfar: machacando a los demás para ganar la carrera.
Valores como el de compartir se les exige a los de abajo, pero parece que quienes los imponen no tienen la obligación de aplicarlos. Así surge la asimetría que define buena parte de los organismos que nos rodean y conforman nuestra sociedad.
Escuchas a la gente y observas falta de fe, poco deseo de creer y comprometerse con la causa, ¿por qué?, lee un poco más arriba.
Esta inconsciencia colectiva ha pasado a ser parte de nuestras creencias, y cambiar las creencias no es cosa fácil. Necesitamos un sistema productivo mucho más consciente de sus limitaciones, y dispuesto a asumir el riesgo de darle una vuelta de tuerca a los comportamientos de las cavernas que traemos instalado en nuestra amígdala.
Albergo la esperanza de que nuestro sistema de bienestar nos permita evitar la esclavitud de tener que trabajar en sitios en los que la gente resiste simplemente porque tiene un salario que les da de comer. Espero que las nuevas generaciones ejerzan un sistema democrático que permita identificar aquellos modelos de negocio éticos, conscientes de que el liderazgo es una responsabilidad para/con las personas, de que quien manda es quien debe dar el brazo a torcer, quien se adapte a los demás y no los demás a ellos, que el miedo a que alguien lo saque de sus posición se vea sustituido por la grandeza de hacer a los demás más grandes para a su vez ser más grande uno mismo.
Suena idílico, ¿verdad?, lo sé, pero no por ello voy a dejar de soñar, de pensar que hay otras formas de hacer las cosas, porque si no lo creyese me dedicaría a cultivar pinos. Lo único que puedo hacer desde mi humilde posición es pensar y proponer, ayudar a pensar a otros y tratar de rascar pequeños gramos de consciencia colectiva que nos ayuden a concebir entre todos otra forma de dirigir, una forma más alienada con los demás y menos con los dichosos egos individuales.