"Imposible combatir el fascismo y conservar el capitalismo", decía Bertolt Brecht. Yo digo que es imposible combatir el hambre con este capitalismo, pero el socialismo está demostrando que tampoco puede hacer mucho al respecto. ¿Será que no hay una idea de gobierno y de manejo de la economía que pueda conducir a la justicia social?
Reconozco que la justicia social es un término relativamente nuevo, aparecido apenas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se piensa en los derechos de los trabajadores. Pero si la justicia debe ser ciega, la justicia social debe quitarse la venda para poder ver la realidad y compensar las desigualdades que en ella se producen. Y si nuestra tecnología avanza tan deprisa, y el conocimiento está hoy día más que nunca al alcance de la mano, ¿por qué no surgen esas ideas que hacen falta a la sociedad moderna?
También es cierto que hay muchos intereses particulares que obstaculizan ese sueño de quienes hemos visto el mundo con una lupa diferente, pero ¿somos tan poca cosa como para no poder cambiar ese modelo que a todas luces parece caduco y que sin embargo se mantiene como una costra pegada del espejo en el que nos miramos y no encontramos sino una imagen distorsionada de nuestro ser?
Si no se llegase a la igualdad podría por lo menos haber una justicia distributiva como la de Aristóteles, unos principios de justicia que guíen nuestra conducta, un punto común entre el altruismo puro y el egoismo total.
Antes teníamos pensadores y líderes en el mundo, pero ahora navegamos en barcos mal capitaneados, transitando las mismas rutas, pero con tormentas a cada paso. Tengo la esperanza de que esos líderes surgirán de nuevo, aún espero quedar perplejo ante una oratoria inmaculada de un hombre sencillo con ideas claras; sueño con esos hombres y mujeres inteligentes y audaces, subidos a la tarima por el pueblo y conducidos en hombros por las calles y plazas, con esos que vieron mis abuelos y que -quizás- su esencia sigue latente esperando el momento oportuno.