El pesar amoroso puede perseguir a las personas por toda la vida. ¿Alguna vez se ha preguntado de qué manera puede el dolor amoroso perseguir a algunos por toda su vida?
Recientemente pensé al respecto, luego de ver una película sobre una anciana quien yacía en su lecho de muerte. Mientras sus hijas estaban a su alrededor, ella hablaba dormida, soñaba sobre su juventud y murmuraba sobre un hombre joven llamado Harris. Más tarde, la mujer le confesaría a sus hijas que él había sido el único hombre a quien realmente había amado, por lo cual creía que haberlo perdido fue el error más trágico de su vida.
Tras casi 90 minutos de alternar entre escenas del pasado y el presente, la anciana finalmente encontró la paz respecto a sus decisiones amorosas. Ella aceptó que quizás nunca cometió un error realmente y que todas las cosas resultaron bien, aún cuando amó y perdió a ese amor.
Desearía que todas las historias acerca de los pesares románticos tuvieran un final así de feliz. Desafortunadamente, no todos lidian con su pasado y lo aceptan. Como la mujer de la película, podríamos experimentar dolor porque sentimos que perdimos una oportunidad con alguien especial o porque salimos con alguien por las razones erróneas, nos comunicamos deficientemente, fuimos infieles a nuestra pareja o por alguna otra razón.
Desgraciadamente, tal y como sucedió con la anciana de la película, algunos cargan el pesar amoroso por mucho tiempo, pero Dios quiere liberarnos de las emociones de dolor que arrastramos, sin importar la razón detrás de ellas.
Entonces, si el pesar amoroso lo persigue, ¿Qué debería hacer?
Practique el Capturar los Pensamientos “¿Qué tal si…?”
En el pasado, en el punto A de una potencial relación mía, (él me llamó una vez y acordamos encontrarnos por primera vez para tomar un café), en mi mente, yo ya iba por el punto Z (donde ya había conocido a su madre, le había dado bebés y le doblaba su ropa interior). Y en escasos 3 segundos y medio, descubrí múltiples razones por las que la relación no iba a funcionar.
Comenzaba a entrar en pánico. ¿Qué tal si no nos llevamos bien, porque yo uso más el hemisferio derecho de mi cerebro y él el izquierdo? ¿Qué tal si a él no le gusta cómo lavo la ropa? ¿Y si él cree que yo debería ganar más dinero? Como dice mi madre, hice “una tormenta en un vaso de agua” y reaccioné basada en información que ni siquiera tenía y dejé que mis “¿Qué tal sí…?” me llevaran al borde de la locura. En las Sagradas Escrituras, Pablo describe mi respuesta como “imaginación vana” (2 Corintios 10:5). La palabra vana significa “vacía”, pues estos pensamientos no están basados en la verdad.
No solo podríamos experimentar imaginaciones vanas y hacernos muchas preguntas “¿Qué tal sí…?” sobre una potencial pareja o candidato para salir en una cita, sino que también sobre nuestro pasado amoroso. De hecho, podríamos plantearnos tantas hipótesis sobre lo que pudo ser o suceder, que podemos terminar deprimiéndonos o llenándonos de pesar.
Entonces, ¿Cuál es la respuesta para combatir pensamientos como estos que “se alzan contra el conocimiento de Dios”? (2 Corintios 10:5). Tenemos que capturarlos (detenerlos en el acto) y luego redirigir nuestras mentes para aceptar la verdad de Dios – que Él nos ama, que ha estado siempre en control de nuestras vidas y que Él tiene grandes planes para nuestro futuro (Jeremías 29:11). Esto quiere decir que debemos desprendernos de cualquier posibilidad hipotética para la cual no tengamos una respuesta y tenemos que mantener nuestros ojos fijos en Cristo, confiar en Su soberanía y aceptar Su perdón.
Reconozca y Ríndase a la Soberanía de Dios
La Navidad pasada, viajé a casa para visitar a mi familia. Unos días después de llegar, mi mamá me contó que había visto a un antiguo novio mío junto a su esposa e hijos en la iglesia. Al día siguiente, ella me invitó a asistir a un servicio navideño en la misma iglesia. Mientras sostenía una vela encendida y cantaba “Noche de Paz”, un dolor renovado a raíz del pesar amoroso inesperadamente llenó mi corazón, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Creía haber dejado esos viejos recuerdos atrás, pero el saber que mi madre lo había visto ahí y que yo continuaba soltera una Navidad más, me trajo un gran dolor emocional.
Al día siguiente, cuestioné mi decisión de terminar la relación con un hombre al cual amaba, la cual pudo haberme llevado al matrimonio. Una vez más, tuve dudas acerca del papel que jugó Dios en esos momentos de inquietud cuando estaba en la universidad. Pero entonces recordé cómo yo había orado para tomar la decisión correcta. Oré y oré y oré sobre si debía terminar con él. Le pedí orientación a Dios una y otra vez. Yo quería realizar Su voluntad desesperadamente, pensé.
Cuando recordé todo lo que oré, decidí que debía creer que Él estaba junto a mí durante ese tiempo, aún cuando no manejé la situación apropiadamente. Dios no ignora a aquellos a quienes Él ama cuando le piden ayuda.
Estos pensamientos me llevaron a consultar mi Biblia, en la cual estudié sobre su soberanía y control sobre todas las cosas. Encontré Proverbios 16:1, que dice, “Del hombre [o la mujer] son las disposiciones del corazón; Mas de Jehová es la respuesta de la lengua.”
Descubrí que el verbo hebreo “disponer” también significa “ preparar u ordenar”. Había tratado de ordenar y planear mi vida lo mejor que podía terminando una relación de la que no estaba segura. Más tarde, cuando sentía que había cometido un error, el dolor me consumió. Durante Navidad, cuando tomé esa Escritura en consideración, me di cuenta de que sin importar cuáles sean mis planes, Dios debía aprobarlos. Por consiguiente, el resultado podría haber sido diferente. Mi novio pudo haber decidido renovar su relación conmigo y Dios pudo haber evitado que el conociera a su esposa – pero no fue así. Una vez más tomé la decisión de confiar en que Dios estaba involucrado íntimamente en mi vida durante la universidad y que Él también tenía grandes cosas planeadas para mi futuro (1 Corintios 2:9).
Aceptando el Perdón de Dios
En ocasiones podemos estancarnos en los pesares amorosos, porque pecamos en contra de alguien y nos preguntamos si Dios nos perdonará. O tal vez le fuimos infieles a alguien que nos amaba, cometimos adulterio o fuimos promiscuos. Afortunadamente, Dios no es tacaño con el perdón.
El dulce perdón y la gracia de Dios se demuestra en la historia de la traición de Pedro a Cristo (S. Mateo 26:69-75). Después de que Pedro negó a Cristo y Jesús se levantó de entre los muertos, dos ángeles se le aparecieron a María Magdalena, Juana y María, la madre de Jesús. Afortunadamente, los ángeles no solo instruyeron a las mujeres para que les contaran a los discípulos las buenas nuevas. En vez de eso, les dijeron “Id, decid a sus discípulos, y a Pedro” (S. Marcos 16:7).
Dios sabía que Pedro estaba sufriendo un gran pesar, así que le envió una invitación especial. Fue como si Dios estuviese diciendo, “Pedro, no importa lo que hayas hecho. Aún si me negaste, estás perdonado.”
Dios nos extiende esa misma gracia y ese perdón a nosotros si hemos tomado malas decisiones en nuestras relaciones afectivas. Aún si no lo hemos obedecido, Él quiere que conozcamos la libertad que viene del perdón y la gracia, para que podamos seguir adelante con esperanza, como Pedro.
¿Puede usted imaginarse cómo hubiera sido la vida de Pedro si no hubiera aceptado el perdón de Cristo? Él no se hubiera convertido en uno de los escritores de el Nuevo Testamento. Y en vez de haber sido un valiente testigo de Dios, él se habría regodeado en la autocompasión y el pesar. En resumen, habría perdido su llamado.
Aceptar el perdón por cualquier pecado que hayamos cometido es necesario para avanzar hacia el futuro con esperanza. Recuerde que Satanás quiere mantenerlo atado al pasado, con dolor, para evitar que usted cumpla el plan de Dios para su propia.
(Enfoque a la Familia)