Media entrada en el salón ovetense con algunas señoras que cambiaron la merienda del Rialto por este recital, ruidosos caramelos por pastas y cuchicheos por conversaciones en voz alta, aunque faltó el café con el ruido de cucharillas en la taza, y algo más de calidad en los cantantes para un repertorio variado, difícil y por momentos poco agradecido, pero que para mis compañeras de butaca fue algo "muy guapo" sobre todo en los finales a pleno pulmón que disfrutaron más que yo.
De los genes de Cecilia, incluso del nombre elegido por sus padres Félix y Teresa, habría mucho para contar aunque menos para cantar. No me gusta su color de voz, su timbre y registros desiguales, desde el metálico agudo hasta el imperceptible grave, salvando el medio pero con poco volumen. No le puedo negar el trabajo ni la ilusión, incluso detalles de mucha musicalidad en algunas partes del programa que comentaré más adelante.
El repertorio estuvo bien organizado, aunque no siempre fuesen dúos originales para soprano y barítono (lo que influyó en el resultado final pues no es igual el empaste con una mezzo o contralto, y no digamos ya con otra soprano, genial si además es tu madre), y del que anoto autores tanto de la música como de los textos (pues así aparece en los excelentes y seguramente caros programas) más breves comentarios personales:
Para cerrar este primer bloque dos dúos italianos de mi siempre cercano Donizetti: L'inconstanza di Irene (Metastasio) e I bevitori (Tarantini), mejor que la primera aunque hubo desequilibrios dinámicos entre un barítono de poco volumen y una soprano que incluso le tapaba en los dúos, con un piano siempre en su sitio que no rebajó planos.
Pequeña pausa para afrontar una segunda parte más dura y desigual. Mendelssohn tiene obras poco escuchadas pero que resultan tesoros dentro del lied en la línea de los que se escuchaban en aquéllas "Schubertiadas" de su Leipzig natal, y para el concierto carbayón los intérpretes eligieron cinco: el emotivo Abschiedslied der Zugvögel (H. von Fellersleben) que sirvió para ir centrándose todos, Gruss (J. von Eichendorff), el mejor de todos por la homogeneidad de su interpretación, el animado Herbstlied (K. Klingemann) del que apenas escuchaba las vocales ¡y el alemán exige todo! pero que mantuvo el nivel musical, Abendlied (Heine) que casi utilizo para titular la entrada, una canción para la tarde que resultó como ella desigual por los planos sonoros, y el vivo Wasserfahrt (también de Heine) como el más flojo de todos por unos reguladores que de tan extremos hicieron perder la línea expresiva más en la voz grave que en la blanca. De los cinco un piano excelente que no es acompañante sino uno del trío.
Manuel Gómez Carrillo, con dos canciones desiguales en interpretación y con sabor "goyesco" pese a las distancias con el otro lado Charco que la música siempre une o trae de vuelta, aunque ininteligibles ambas en la parte cantada: la zamba anónima Yerba buena donde el protagonismo acompañante por excesivo acabó impidiendo mejor resultado, y La ofrenda del trovador (M. Ugarte) de la que sólo reconozco el título por haberlo leído.
Y el siempre emocionante Carlos Guastavino tiene maravillas líricas para canto y piano de las que escuchamos dos dúos que pesaron por el intento de un acento porteño exagerado cuando pueden cantarse incluso abusando de pronunciaciones como si fuésemos japoneses: Arroyito serrano (1939) y Pueblito, mi pueblo (F. Silva) que sonó excelente en cuanto los intérpretes la hicieron pianíssimo, más difícil que el pleno pulmón y también más agradecido para unos pocos que de la milonga destacaremos el recuerdo del "café".
Parece mentira que la zarzuela, lo nuestro, haya resultado de lo "menos bueno" en intérpretes que este repertorio les exige tal vez menos que el resto y sin embargo está menos trabajado. De Chapí afrontaron el dúo de Rosario y Pepe de la "El puñao de rosas" con más pena que gloria, siendo imposible entender la letra en los pasajes rápidos y mal empaste vocal, además de un casticismo algo rancio. Para seguir cuesta abajo (y no el tango) el dúo de "Don Manolito" (Sorozábal) cerraría un "sin café concierto" del que precisamente lo de casa quedará en el olvido, con unos graves inaudibles en ambas voces y unos agudos descolocados además de chillones para "la galería".