“Ligar en tiempos revueltos”; El cortejo en Piedrabuena (y comarca) en los siglos pasados

Publicado el 11 julio 2014 por Carlosalbalate @Carlos_Albalate

Las redes sociales, los eventos sociales o los lugares de “fiesta” actuales han reemplazado las maneras por las cuales los mozos y mozas de Piedrabuena desarrollaban el arte del cortejo. ¿Conocemos los jóvenes el pasado galán de nuestros abuelos y abuelas?
Ahora un simple gesto, un mensaje de texto o un amigo cual consejero (quizás esta última forma será la única que se conserve) basta para que la chica o el chico le diga al otro sus pretensiones, pero anteriormente encauzar un romance o noviazgo era mucho más complicado y en ocasiones llegar a hablar era fruto de la paciencia durante meses o años.
Los mozos piedrabueneros no recurrían al botellón, si no que debían rondar a la moza que les gustara o llamara la atención. Se reunían en grupos en zonas como la esquina de Labraña (zona del Casino y calle peatonal), en el antiguo comercio de Romeralo (actual autoescuela Campus), otros enfrente en la actual farmacia y algunos en la esquina derecha del Ayuntamiento, debido al desnivel existente donde se vendía leche. Desde estos puntos reunidos y habladores, observaban a las mozas que buscaban el agua de la fuente de la plazoleta, iban a la compra o que simplemente paseaban por la concurrida zona. Aquí es donde se “echaba el ojo” y desde donde el mozo seguía a la chica durante un trazo del camino (por ello el apelativo ronda o rondar), siendo pocas las ocasiones donde había un saludo o una mirada.
Los más atrevidos “soltaban el ruido a la moza”, que enviaban un amigo o confidente para hacerle saber sus intenciones. Cuando la moza no había rechazado las rondaso el mozo insistía en rondarla, la ronda se tornaba más cercana, siempre en esquinas allegadas a la casa de la fémina. Mi abuela siempre recuerda que una chica solía tener más de un pretendiente, y que cuando uno no le gustaba solían andar rápido (e incluso correr) llegando a veces a gritar improperios para rehuir al susodicho varón. 
Si todo discurría con normalidad se formalizaba el noviazgo, aunque puede que la mujer hubiera dado la negativa varias veces al pretendiente, pues era de entender general que si una moza no se hacía de rogar era “volandera”. También era de influencia destacada lo que las familias dispusieran y las posesiones que estas tuvieran. Tras haber tratado con algunas personas ancianas de Piedrabuena, me han comentado que algunas rondashan llegado a durar hasta 6 años.

Una vez iniciado el noviazgo (generalmente con permiso paterno) la pareja comenzaba a tener sus primeras conversaciones a través de la reja de la ventana, que dependiendo de la autoridad de los padres podía hacerse con una manta que ocultara a ambos a la vista de los transeúntes. Con el tiempo obtenían permiso para hablar en la puerta de la casa (generalmente antes de cenar). Así se caminaba hasta la petición de mano (“pedición”), que venía precedida de la visita de la familia del mozo (sin él) a la familia de la moza, donde formalizaban el compromiso de boda y tomaban dulces o una copita de mistela o aguardiente. 
En caso de ser “forastero” y tomar una novia piedrabuenera, los mozos del pueblo le pedían la cuartilla (invitar a unas rondas en el bar o bodega, o si no comprar una arroba de vino) en caso de negarse a hacerlo, le arrojaban a un pilar donde bebían los animales y allí quedaba hasta que accedía o hasta que los mozos quisieran. Esto se mantiene con otros nombres, como el de media en localidades como Arroba de los Montes, donde en ocasiones se sigue practicando tal hecho.
La boda ha tenido una serie de cambios, pues cuanto más atrás nos remontemos, tras la ceremonia en la iglesia los varones iban a la casa del mozo donde comían y bebían, y una vez terminaban accedían a hacer los mismo la novia y el resto de mujeres. Conforme se avanza en el tiempo, el convite variaba su duración y cantidad en función de la capacidad económica de las familias, siendo este en casa de los padres del novio. Muchos de los enseres usados en este habían sido prestados por amigos, vecinos y familiares en los días previos.
Unos días antes de la boda la novia mostraba la dote (ajuar) que proporcionaba al casar a sus amistades, vecinos y familiares para que dieran fe de ello. La dote aportada por el novio se entregaba una vez formalizada la unión y pasado un tiempo. 
En caso de que la boda se diera entre dos personas viudas de un matrimonio anterior, se realizaba la llamada cencerrada, donde los mozos junto a cencerros, cacerolas o botellas recorrían las calles con cánticos, rimas, coplas…etc. con carácter picante. 

Así comenzaba la larga vida de casados de las que nuestros abuelos y abuelas seguramente nos han comentado más de una vez y dicho aquello de “eran otros tiempos”, aunque habrá cosas que aún no han cambiado como la vergüenza que todos y todas hemos pasado, así como ser reacios a conocer a los padres o la picaresca para escabullirse de las miradas y bocas ajenas. 
Carlos Albalte Sánchez