Mucho me temo que no comprato el entusiasmo generalizado en torno al más reciente trabajo de Kiwanuka. Sin ser un mal disco -no lo es- no puedo evitar una sensación de que el trabajo homónimo del británico palidece antes las virtudes de su predecesor, y donde antes encontraba una interesante fusión entre soul, folk, pop y psicodelia, ahora más bien asisto a una dispersión que no deja demasiado claro si Kiwanuka quiere ser Otis Redding, Van Morrison (alguna semejanza hay) o simplemente Gnarls Barkley. Los coros vintage parecen dirigirnos al soul de veinticuatro kilates, la polirritmia de algunos temas apunta hacia un back to the roots (las suyas son ugandesas) y la producción modernita de temas como “Final Days” no pueden evitar leerse como la reivindicación de un lugar en el mainstream (en cierta forma, podría serlo) que ni con la ayuda de Danger Mosue Michael Kiwanuka acaba de ocupar. ¡Hasta ecos del John Barry más jazzistico tiene, oiga!
Me quedo por tanto con “Love & Hate“, su soberbio disco de 2016, pero me quedo también con esta pista que supone un cierre espléndido a este album de 2019, capaz de matizar el ligero regustillo a decepción. La canción está tan llena de luz como su título promete, y aun a pesar de una cierta ampulosidad, da motivos para pensar que, perdido ya el factor sorpresa, aún nos queda artista.