Compré hace poco un ejemplar del célebre Rastros de carmín, de Greil Marcus, pero he ido aplazando su lectura. De él también se tradujo en España el libro Mistery train y, de momento, me ha resultado imposible conseguir un ejemplar. La que, para mí, es una de la editoriales esenciales de este país, Global Rhythm Press, publica ahora este libro, a medio camino entre el ensayo, la biografía y el reportaje, que años atrás le dedicó el autor a Bob Dylan y a su canción “Like A Rolling Stone”, uno de los mejores temas de la historia de la música.
Para quien no haya leído a Greil Marcus, puedo contarle que la escritura de este crítico de rock recuerda bastante a la de Rodrigo Fresán: tanto Marcus como Fresán lo saben todo de un tema, agotan las conexiones posibles entre los vínculos citados y nos ofrecen todos los datos existentes. Son enciclopedias andantes. En este volumen, el autor nos cuenta (y analiza) lo relacionado con esta canción perfecta e inolvidable. En junio del 65 Bob Dylan graba el tema (el autor transcribe las sesiones de grabación en el epílogo) y poco después se atreve a tocarla con guitarra eléctrica en el Festival de Newport, lo que provoca la ira de los seguidores del folk y propicia los abucheos. Pero Dylan rompió moldes e hizo historia. Greil Marcus nos desvela, con su estilo ágil y enciclopédico, eso y mucho más: los temas que, por entonces, llegaban al top de la lista de éxitos; el clima de rebeldía debido a la guerra de Vietnam y a otros asuntos; el significado e influencias de la canción, y las distintas versiones que otras bandas hicieron en la época; lo que ocurrió en algunos de los directos; o la primera vez que él mismo vio (y escuchó) a Dylan, en un concierto en el que el cantante participaba gracias a la invitación de Joan Baez: Tenía un aspecto polvoriento y borroso, con los hombros caídos, y se movía como si estuviera ligeramente cohibido. Un par de párrafos más adelante, el autor dice:
Ese tipo había subido al escenario de otro cantante y, si bien en cierto modo parecía tan ordinario como cualquiera bajo la carpa o alrededor de ella, había algo en su forma de comportarse que compelía a encasillarlo, catalogarlo y descartarlo, pero era imposible. Su forma de cantar y de moverse no permitía inferir de dónde era, dónde había estado o hacia dónde iba, pero provocaba el deseo de averiguarlo. “Mi nombre no importa / mi edad aún menos –cantó aquel día al comenzar “With God on Our Side”–, vengo de un país / llamado Medio Oeste”.
[Traducción de Mario Santana]