Franco Zeffirelli (1923-2019), el famoso director de escena, cuenta en su autobiografía, que trabajó con una talentosa diseñadora en una de sus famosas, y quizá excesivamente fastuosas, producciones de Aida.
Lo que le molestaba era que sólo a ella se le atribuyesen los méritos del diseño. Insistía en que compartiéramos el cartel. Distraído, olvidando que ese tipo de humildad masoquista, que le había conocido ya en su juventud, era ahora el rasgo dominante de su carácter, deseché la idea. Cuando vio los carteles en los cuales su nombre figuraba como la única escenógrafa, se indignó. Sin previo aviso se retiró antes del ensayo general. Pasaron varios años antes de que hiciéramos las paces.[1]
¿Quién es esta mujer que no solo no busca la fama ni el reconocimiento, si no que ni siquiera puede soportar no compartir el cartel con quien ella cree tan creador como ella misma? Lila de Nobili (1916-2002), quizá la diseñadora que más influyó en la creación de la verdad escénica que revolucionó los escenarios operísticos de mediados del siglo XX, bajo la dirección de Luchino Visconti (1906-1976) y con la participación de la legendaria Maria Callas (1923-1977).
Nacida en Lugano en 1916, Lila de Nobili proviene de una familia de estirpe muy antigua tanto en Italia como en Hungría. Uno de sus tíos, Marcel Vertés (1895-1961), fue también un diseñador de prestigio que trabajó en Hollywood y fue ganador de dos óscares por su trabajo como diseñador en la película Muolin Rouge; se sabe que él influyó enormemente en su sobrina y que la retrató de niña.
El trabajo de De Nobili como diseñadora involucró la y el teatro, pero también la ilustración y la moda. En 1943, en plena Guerra mundial, Nobili comenzó a hacer ilustraciones de alta costura para revistas de moda, especialmente la edición francesa de , además de Hermès, anuncios de perfumes y fue la creadora de la publicidad de marcas como Pierre Balmain y Marcel Rochas.
La exquisitez de sus diseños, la calidad de la realización de los mismos, nos dejó una manera diferente de entender el diseño escénico. David Jays, crítico de The Guardian dijo de ella: "Sus vaporosos diseños para teatro, ópera y danza habitaban un pasado melancólico, creando cuadros escénicos ya enmohecidos en los bordes (...) Tomó telas viejas en los mercadillos parisinos, creando trajes que llegaron al escenario con vidas pasadas."[2] Es cierto que había algo de auténticamente antiguo y valioso en todo su trabajo.
Formada en Italia y exiliada prematuramente en París, De Nobili pasaría a la historia por haber diseñado el montaje que marcó el cambio de la puesta en escena de ópera en el siglo XX: La traviata dirigida por Visconti y cantada por María Callas en la Scala de Milán en 1955, donde los decorados y el vestuario ya forman parte del imaginario operístico con carácter de leyenda. El propio Carlo Maria Giulini (1914-2005) diría de su experiencia como director musical de ese montaje: "...la única cosa que se nos reprochó era que cuando se abría el telón lo que se veía era tan bello que podía distraer la música por momentos. Yo respondí: es verdad, si una cosa es muy bella distrae por dos minutos, pero si una cosa es fea distrae para siempre. Porque a la belleza nos acostumbramos fácilmente, mientras que a la fealdad nunca. ¡Por lo tanto, habituémonos a la belleza!...".Mirar sus bocetos para este montaje es entrar en un mundo de misterio y dolor, con una belleza antigua muy difícil de explicar. Las fotos de su realización dejan claro en altísimo nivel que había en la construcción, la pintura escénica y la costura de cada diseño. El siglo XIX se hizo realidad ante los sorprendidos ojos de los espectadores de esas legendarias noches.
El cine también fue uno de los campos en los que incursionó, quizá su trabajo más famoso sea la versión de Las brujas de Salem de 1957, dirigida por Raymond Rousseau, cuya adaptación del drama homónimo de Henry Miller lo realizó Jean Paul Sartre y lo protagonizó Simone Signoret.También influiría en el teatro de Peter Hall (1930-2017), con quien trabajó en el teatro nacional de Londres en los años cincuenta y sesenta. Su paso por el ballet del Covent Garden, donde diseñó La bella durmiente en 1968, sería imborrable, sobre todo por la construcción de una estética neogótica, muy sorprendente para ese momento. Además de otros muchos trabajos operísticos de los ya mencionados Luchino Visconti y Franco Zeffirelli, pero es este último el único que habla de la personalidad de esta artista:
Para ser justo, no sólo era un extraño autocastigo el que provocaba estas reacciones; también la motivaban una integridad y generosidad extremas. Pero a la larga la dominó la duda sobre sí misma, y por último abandonó su carrera. Por supuesto, era una brillante alumna y ocupó el primer puesto de su generación, cosa que la enfureció porque habían postergado a una joven que en su opinión, era mucho mejor. "Esta no es una escuela seria" anunció y se fue para seguir un curso de plomería y trabajos de electricidad. Eso fue lo único que alguna vez pudo satisfacerla.-Ahora puedo hacer de todo- me dijo cuándo completó el curso- Ya no dependo de "ellos" y por fin puedo ser realmente útil a una cantidad de amigos.[3]
Amante de los animales, especialmente de los gatos, defensora de los derechos humanos, preocupada por la educación creativa y motivadora, parece que no pertenecía a la sociedad en la que había nacido, sino a los movimientos libertarios que vivieron los años sesenta:Viajó a París y se sintió encantada con los acontecimientos de 1968; iba a las barricadas, con una cesta llena de piedras y materiales de dibujo. Se pasaba dibujando, aunque nunca arrojó nada contra la policía. Cuando derrumbaron sus sueños de una nueva Comuna, se retiró virtualmente al aislamiento. Cuidó a su madre enferma hasta que la anciana murió, varios años después y le dejó una pequeña anualidad que permitió, vivir con discreción, en estado latente. Tiene la casa a llena de gatos, y en la actualidad se ocupa de teorías sobre cómo criar a los niños pequeños sin frenar su instinto creador. Por sublime que pueda ser para ella, encuentro que todo eso es trágico. Si no dispusiera de esa anualidad, se vería obligada a trabajar de nuevo y todos nos beneficiaríamos con su genio. Vivo con la esperanza de que algún día retorne al teatro; dios sabe que la necesitamos.[4]
Pero ella sólo volvió al teatro en 1973 para hacer Manon en el festival de Spoleto. Aunque siempre pintó, su obra fue quedando en el olvido y murió, desconocida, en medio de su sencilla y humilde vida, a los 85 años, después de haber sido la más grande maestra de diseño escénico de su generación.
[1] ZEFFIRELLI (1987): 225.
[2] JAYS (2002): Obituaries on line.
[3] ZEFFIRELLI (1987): 226