Continúan las aventuras del capitán Diego Alatriste y Tenorio en este segundo volumen, titulado Limpieza de sangre, donde se aborda como tema central la rigidez estúpida que imperó en la España del siglo XVII sobre la condición de “cristiano viejo”. Es decir, que no fluyese por tus venas ni una sola gota de sangre judía o musulmana, y que debiera esta circunstancia ser demostrada de forma documental (si era necesario, pagando sus buenos ducados) para acceder no sólo a la “honorabilidad”, sino también a los cargos públicos. Aquel país que dominaba dos mundos y que estaba controlado por una nobleza que a base de rapiñas había construido un burbuja aislada de la miseria exterior y una Iglesia que chapoteaba en un lodazal de ideas rancias (usadas siempre para asegurar el máximo control sobre sus congéneres y mantenerlos atenazados por el miedo a las brutalidades del Santo Oficio), “no era sino patio de Monipodio, ocasión para el medro y la envidia, paraíso de alcahuetes y fariseos, zurcido de honras, dinero que compraba conciencias, mucha hambre y mucha bellaquería” (cap.III, p.65). En ese mundo, el capitán Alatriste y su acompañante Íñigo de Balboa se ven envueltos en un enredo relacionado con cierta novicia que, retenida a la fuerza en el convento de la Adoración, necesita ser liberada. Su padre y sus hermanos, por medio de Francisco de Quevedo, consiguen contratar al capitán, quien acepta sin saber en qué tremendísimo jaleo se está metiendo, porque lo enfrentará de nuevo con el vengativo Luis de Alquézar, con el sibilino Gualterio Malatesta y con el casi todopoderoso fray Emilio Bocanegra, quienes lograrán capturar, torturar y acusar de judaizante a Íñigo. “En la vida que le había tocado vivir, Diego Alatriste era tan hideputa como el que más; pero era uno de esos hideputas que juegan según ciertas reglas”, nos dice el narrador de la historia (cap.VI, p.151); pero en esta ocasión el protagonista de la famosa serie tendrá que enfrentarse a traiciones, poderes ocultos, altos funcionarios de apariencia inviolable y mecanismos jurídicos que, sin duda, lo sobrepasan.
Sigue pareciéndome que estas novelas de Arturo Pérez-Reverte son formidables, y que consiguen de modo muy satisfactorio su objetivo primordial: mantener al lector enganchado de principio a fin a su mundo de aventuras, a la vez que nos retrata primorosamente el mundo español (comida, usos culinarios, topografía, costumbres) del siglo XVII. Impagable.