Vale que en Málaga somos muy cerdos (y me incluyo por vivir aquí, aunque no comparta la afición por emular un guarro descerebrado). Aquí es habitual ver como la gente escupe en el suelo, como se harta de comer pipas lanzando despreocupadamente todas las cáscaras al suelo. Es común tirar cualquier papel o colilla al suelo e incluso esparcir panfletos publicitarios por doquier. No te extrañes si ves a alguien, tras dar cuenta de un pedido de comida rápida desde el coche, lanzar alegremente el embalaje de la hamburguesa vacía, y a continuación el refresco (casi vacío) . Eso sí, si osas reprender a alguno de estos cerdos de vocación te arriesgas a que te partan la cara, porque las verdades a bocajarro ofenden.
Se puede argumentar desde el ayuntamiento que para qué vamos a limpiar, si estos guarros lo van a volver a ensuciar otra vez. Se puede incluso admitir que a pesar de tener uno de los presupuestos de limpieza más altos de España, no se sabe gestionar los recursos para conseguir el objetivo de limpiar Málaga todos los días. Se puede argumentar que con gente así no merece la pena esforzarse porque no van a apreciar la limpieza. Se podrían argumentar un montón de tonterías para dejar una calle sin barrer durante días dejando que las flores tapicen de un vistoso color la acera.
Pero también se podría argumentar que merece la pena limpiar para que los alérgicos a ese polen tengan un pequeño alivio en el sufrimiento que provoca su alergia. Eso sí, lo de aliviar el sufrimiento del que tiene alergia a los cerdos de dos patas que habitan estas zonas seguiremos sufriéndolos en plan hemorroidal, es decir, en silencio, que predicar en el desierto no está hecho para mi.