El caso que cuenta Lion - película basada en hechos reales - es ligeramente distinto. La primera parte de la cinta está dedicada a mostrarnos la infancia del protagonista, un niño de cinco años, alegre y espabilado, que debe ganarse la vida ayudando a su hermano mayor en los trabajos que éste va consiguiendo. Un día Lion se despista y termina perdido en una ciudad desconocida. Como la India es un país enorme y complejo, ni siquiera sabe volver a su lugar de origen. Por suerte, una ONG lo acoge y consigue que lo adopte una familia australiana: las puertas del bienestar se abren para él gracias a un cúmulo de casualidades.
Pero cuando crece un poco, el protagonista siente que algo importante falta en su vida. Somos hijos del lugar donde hemos nacido y el hecho de atesorar recuerdos de los primeros años de vida, sin poder ubicarlos en el mapa, es una situación que empieza a afectar seriamente a Lion. Con los pocos elementos que puede evocar, el joven irá reconstruyendo el itinerario vital de su infancia, tanto espiritual como físicamente. Y nada mejor que una herramienta como google maps para ayudarse en estas investigaciones: volver a la infancia, a la auténtica familia, aunque esta aparezca como miserable en comparación con la adoptiva, aparece aquí como una necesidad humana de primer orden.
El principal problema de Lion, una propuesta interesante, pero fallida, es el contraste tan acusado entre su magnífica primera mitad, un retrato estremecedor de la dura vida de los desheredados en la India y la segunda, que transcurre en Australia. Además, la película adolece de un guión algo débil, que desaprovecha personajes interesantes, como el hermanastro de Lion (otro ser con problemas, mucho más graves que los del protagonista, por estar fuera de su ambiente) o su pareja sentimental. El único personaje secundario que tiene algunos minutos más para lucirse es el de la madrastra, interpretada por Nicole Kidman, con una filosofía vital respecto a la que deberían reflexionar muchas familias occidentales: a pesar de haber tenido la posibilidad de tener hijos propios, siempre tuvo claro que preferiría adoptar a algún niño del Tercer Mundo. Su filosofía es que ya hay demasiados seres humanos en el mundo desatendidos, y que se hace mejor servicio a la humanidad salvando a alguno de la miseria que trayendo nuevos habitantes a una Tierra ya superpoblada.