El nombre de D. W. Griffith seguramente se asociaría inmediatamente con títulos como El nacimiento de una nación e Intolerancia; pero Lirios rotos-conocida también como La culpa ajena- es sin duda su film más estético, artístico y hasta poético. Lejos de sus geniales manipulaciones narrativas y de montaje que utilizara en sus otros films, aquí Griffith nos cuenta una historia sencilla entre un Joven inmigrante chino y una pobre muchacha maltratada en los bajos barrios de Limehouse, Inglaterra. Adaptada por el propio Griffith del cuento The Chink and the child del libro de Thomas Burke "Limehouse nights" gracias a la sugerencia de Mary Pickford quien vio grandes semejanzas en el estilo artístico del director y del autor literario, esta grandiosa pieza fue filmada en apenas 18 días y en un 90% en interiores. Además de la historia de amor y tragedia contada con una narrativa contrastante entre la dulzura e inocencia de los protagonistas y la decadencia y obscuridad de los escenarios; Broken Blossoms es una obra maestra de la estética cinematográfica siendo adulada por incontables cineastas y críticos sobretodo por su fotografía y sus técnicas novedosas en esa época que marcaron camino para posteriores producciones.
Argumento:
El film comienza en China, donde el joven Cheng- en la piel de Richard Barthlmess- está orando junto a su padre por el viaje que está por emprender a Inglaterra para misionar la disciplina budista. Es un muchacho idealista que años después aparece como tendero en un barrio desdichado donde el vicio, el juego y las malas compañías parecen haberlo atrapado. Allí conoce a Lucy, Lilian Gish, una muchachita que vive con su padre, interpretado por un estupendo Donald Crisp, quien es boxeador y violento. Gracias a la ayuda que Cheng le presta a Lucy luego de una furibunda paliza por parte de su padre nacerá el amor pero también la tragedia provocada por la intolerancia racista.
La historia contada con grandes escenas es un deleite desde el primer minuto. Los contrastes entre la vida de Oriente y Occidente, entre la inocencia y la crudeza, entre la pureza y el abuso está plasmada con una belleza prodigiosa gracias a la fotografía de G.W. Bitzer y por supuesto las actuaciones de los tres protagonistas principales de las cuales destaca una Gish soberbia. Sus gestos, posturas y ademanes hacen de esta muchacha sufrida una actuación memorable. Dícese que ese ademán de dibujarse la sonrisa con sus dedos ante la imposibilidad de hacerlo naturalmente fue inmediatamente adoptada por Griffith cuando vió a la propia Gish hacerlo fuera de cámara. Un detalle no menor que forma parte de una especie de poético leit motiv en el film.La escena del closet, donde la pobre Lucy se esconde de su padre enfurecido es impactante. Se cuenta que mientras la filmaban la actuación de Gish provocó tanto estupor al director que en un momento gritó desesperado causando que varias personas fuera del estudio corrieran desenfrenadas a ver qué ocurría. Es que esa escena es única, el encierro y la claustrofobia de la protagonista sin escapatoria mientras la amenaza es inminente causa estupor en el espectador y es difícil no sentir desesperación.
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