Miércoles 20 de agosto de 2008. Este día decidimos dedicarlo, por la mañana, al barrio de Belem, uno de los más turísticos de Lisboa. Llegamos pronto porque ya nos habían advertido que si te retrasas es probable que encuentres a un montón de gente, así que madrugamos de nuevo y nos fuimos en metro hasta Cais de Sodré, donde cogimos el tranvía 15, que te deja justo al lado del monasterio de los Jerónimos.
Fachada principal del monasterio
Este monasterio está considerado por la UNESCO como patrimonio mundial, y no me extraña, porque la única palabra que se me ocurre para describirlo es impresionante, no sólo por lo precioso que es, sino también por su enorme tamaño. Decidimos empezar primero por visitar el claustro, que creo que fue lo que más me gustó de todo lo que vimos en Lisboa. Las columnas y los arcos de sus dos plantas tienen tantísimos detalles que te podrías pasar horas contemplándolos; no llegamos a tanto, pero sí que le dedicamos un buen rato.
Claustro
Alrededor del claustro hay varias salas como la capitular, el antiguo refectorio o la capilla, y en el centro un pequeño jardín con una fuente. Después del claustro visitamos la iglesia, que también me gustó mucho aunque aquí ya había bastante gente y el recorrido lo hicimos algo más rápido que el anterior. Además, no consigo entender que haya tantísima gente que no sea capaz de guardar silencio en un sitio así, con lo cual en cuanto empezó a subir demasiado el volumen de las voces me entraron los agobios y no tardamos mucho en salir de allí. A la salida ya sí que había una marea humana esperando para entrar, y eso que no eran ni las 12 del mediodía...
Enfrente del monasterio, cruzando un pequeño parque, llegamos al monumento a los descubridores. Se encuentra situado justo a orillas del río Tajo, y se construyó como homenaje a quienes llevaron a cabo grandes descubrimientos por mar (junto a la entrada hay en el suelo una rosa de los vientos).
Detalle del monumento a los descubridores
Se puede acceder al interior y subir al mirador, desde donde se contempla el río, el monasterio, el puente del 25 de abril, la torre de Belem y hasta el estadio de los Belenenses. También puedes entrar a ver el audiovisual que hay sobre la historia de Lisboa.
Después de visitar el monumento, por el mismo paseo caminamos un poquito más hasta llegar a la torre de Belem, que fue otra de las cosas que más me gustó de Lisboa, aunque hay gustos para todo y también he oído a gente decir que se puede pasar perfectamente sin visitarla. El edificio tiene seis pisos y fue utilizado como centro de recaudación de impuestos, y también como prisión.
Torre de Belem
Por aquí también estuvimos un buen rato, recorriendo todas las plantas y los miradores; la única que no pudimos ver fue la última, porque para subir hasta ella hay que hacerlo por una escalera de caracol, estrechísima y un poco agobiante. Y, para variar, hay gente que se cree que está sola en el mundo y no hace ni caso a las indicaciones que dicen que tienen preferencia los que bajan. Así que entre la cantidad de gente que había y que aquello tenía pinta de terminar mal, nos dejamos sin ver el último piso.
Después de visitar la torre paramos a comer por allí, en el paseo que va paralelo al río. Vimos un restaurante que por la pinta nos quedó claro que seguro que nos clavaban, pero decidimos darnos un homenaje de todas formas. El lugar en cuestión se llama Já Sei, y creo que en mi vida he probado una lubina tan espectacular, ni he visto un chef tan atento y tan profesional.
Otro sitio que todo el mundo dice que no te puedes perder si vas a Lisboa es la pastelería Belem. Pasamos por la puerta pero había una cola tremenda, y como los pasteles de Belem los habíamos visto en otros sitios, pensamos que tendríamos oportunidad de probarlos. Al final volvimos de Portugal sin haberlos probado, así que ya tenemos otra cosa más para la próxima visita.
Parque de Eduardo VII
Ya por la tarde, nos acercamos hasta la plaza del Marqués de Pombal y dimos una vuelta por el parque de Eduardo VII y su jardín botánico, que están justo al lado de la plaza. Por último, fuimos de nuevo hacia el centro y esta vez sí, nos dimos un buen rulo en el tranvía más turístico, el 28, que es el símbolo de Lisboa por excelencia.
Ya nos habían advertido que intentáramos no pasar por el barrio de la Mouraria, sobre todo de noche; así que lo que hicimos fue llegar hasta allí callejeando un poco, pero esta vez en tranvía, hasta la plaza de Martim Moniz. En esta misma plaza cogimos el metro, que en la línea verde nos llevó directos hasta el hotel. Al día siguiente nos esperaba Sintra.