La forma en la que Platón aborda el tema de la amistad tiene que ver con su habitual técnica filosófica de alcanzar la verdad mediante el diálogo con diversos interlocutores. En primer lugar, está claro que la amistad, al igual que el amor, es cosa de dos. Si alguien se siente amigo de otro, pero ese otro no corresponde esos sentimientos, no podemos hablar más que de un deseo insatisfecho. Y es el concepto de deseo una de las claves del tema que estamos abordando. Aquí el deseo no tiene que ver con la belleza del cuerpo, sino con la del alma. El amigo nos va a ayudar a satisfacer una necesidad más o menos perentoria: de compañía, de conversación, de compartir gustos afines. Pueden surgir amistades inquebrantables de las situaciones más difíciles (una guerra, por ejemplo), pero después irse evaporando al cambiar la situación en la que aquella surgió. Las amistades más firmes son las que se sostienen con intereses mutuos, puesto que el deleite que proporciona cualquier conversación será mayor.
Así pues, es difícil hablar de amistades desinteresadas, puesto que, aunque sea inconscientemente, todos esperan sacar algo de esta experiencia. Es curioso que el diálogo platónico quede a medias, puesto que en ningún momento se logra una definición completa de este sentimiento. Lisis puede resultar en ocasiones un tanto enrevesado, pero esta característica no hace sino provocar mayor fascinación e interés en el lector, que asiste a un diálogo producido hace veinticinco siglos entre un hombre maduro y unos jóvenes que hacen filósofía planteándose mutuamente preguntas que a veces no cuentan con una respuesta clara y absoluta. El de amistad es uno de esos conceptos que difícilmente pueden ser descritos. Más bien tienen que ser vividos, por lo que conviene que cada uno de nosotros establezca sus propios diálogos con las personas más cercanas al respecto.