Me gusta apuntar todo lo que veo o leo. Ciudades por visitar, recetas, marcas de ropa, libros y películas pendientes.
Y voy tachando en color rojo todo aquello que ya he hecho, visto o visitado.
El problema de estas listas es que aumentan rápido y subrayo menos de lo que me gustaría. A veces por falta de tiempo, otras por dinero o simplemente por vagancia.
Este fin de semana encontré en la lluvia la excusa perfecta para volver a ver El Padrino, me emocioné con Criadas y Señoras, María Antonieta me resultó lenta y bonita a partes iguales y escuché en bucle El Niágara en bicicleta.
También me dio tiempo a leer algún artículo de Jot Dow con fragmentos así de bonitos y de ciertos
...Ese es al menos mi caso: viajo para recuperar la capacidad de asombrarme. No voy buscando mirar cosas distintas, sino mirar las cosas de una forma diferente. Si les ocurre como a mi habrán notado que cuando uno está de viaje de repente el mundo se vuelve más interesante. Observas a la gente, hablas con extraños o descubres sabores distintos. Desayunas pensando en tus tostadas. Miras el paisaje con un detenimiento inusual. Te descubres preguntándote por qué las casas no tienen persianas, por qué esta gente no usa cortinas, o por qué los tejados no se inclinan. Te conviertes en uno de esos niños que observan el mundo por primera vez, con los ojos muy abiertos, y que preguntan por qué y por qué de forma incesante