A mi amigo Luis Sánchez Corral, que no está entre nosotros para llevarme la contraria.
I
A la literatura hay que
ponerle obstáculos, zancadillas sintácticas, traiciones semánticas.
La literatura merece el menor de los respetos. Caso de mirarla con la
devoción y la obediencia debida, le hacemos un mal irreparable. La
letra, herida, fluye mejor. La palabra, cuando enferma, explica mejor
el mundo. La paradoja consiste en el hecho mismo de su fragilidad.
No le conviene un status excesivamente firme, sólido, convincente. Le
agradan los cambios, las mentiras, el pensamiento salvaje. Escribir
es una patología, un tumor dulce, una entrada para asistir al
espectáculo del mundo desde el balcón más privilegiado.
II
La literatura progresa en la
misma medida en que desaparece. No avanza linealmente. El suyo es un
territorio muy poco traducible a la lógica del espacio. En cierto
sentido (lo pienso todo ahora) las palabras adquieren trascendencia
(vigor, pulso, futuro) cuando desoyen (desairan, incumplen) las
reglas del juego y formulan códigos nuevos. Las mejores novelas son las
que hacen peligrar la estabilidad mental de quien las lee. Las que
malogran las previsiones. Las que duelen nada más abrirlas. El escritor
es un francotirador amable, uno que no se para a pensar en el daño que
hace sino en la felicidad que produce al disparar, al envenenar el aire
con su metralla semántica, en los que se dejan abatir un rato.
III
La literatura no goza de
prestigio porque es cada día más inepta en su función de responder a
las preguntas del mundo. La novela decimonónica tenía al narrador
omnisciente, ese demiurgo mentiroso, falaz e interesado: el dios
rudimentario que hocicaba su dedo total debajo de las faldas de las
damas. La novela clásica (que llega hasta el siglo XXI) triunfaba (lo
hace, de hecho, todavía) porque ofrecía respuestas. La eficacia de Galdós o de Balzac o de Proust
estriba en el escrutinio matemático, racional y lógico (todo mecido
en la misma materia gris) de la realidad para subvertirla y
ofrecerla, sin pérdida, al lector, que confirmaba sospechas,
identificaba roles, hacía crecer su identidad social y salía
victorioso y ufano del desigual combate.
IV
La literatura es ahora un
campo minado. Tal vez sólo sea posible salir herido. Irónicamente,
sólo en la pérdida es posible el hallazgo. Este repensar el acto
literario abre senderos que antes estaban cegados o ninguneados por
los mecanismos del corsé de la ortodoxia: las nuevas narrativas
precisan del concurso de campos creativos extralingüísticos. El cine
se abastece de literatura, pero la novela obvia lo lineal -su
sensatez en lo temporal, su corrección formal - y acude cada vez con
mayor interés y más profesionalidad a la oferta generada por las
nuevas tecnologías.
V
Los responsables serán
necesariamente turbulentos. No será posible descendencia limpia. El
fruto bastardo y apasionado engloba campos de trabajo dispersos y,
hasta ahora, escasamente afínes. Videojuegos, publicidad, cómics,
cine, escultura, baile, perfomances, música, teatro, pintura y, por
supuesto, y no encabezando la lista, la literatura, que se ha dejado
contaminar de esta dimensión digital del Arte y de la producción
artística y ha renunciado a poner trabas a la injerencia de otras
herramientas de trabajo (legítimas, indispensables a lo visto)
infiltradas como espías consentidos, asociadas a la realidad virtual,
despojadas de toda etiqueta que evidencie alguna rémora del pasado.
La novela será convulsa o no será. El Arte es un virus, pero no puede
ser otra cosa.
VI
El futuro es el link. La obra artística será digital o no será, parafraseo otra vez a André Breton.
El artista podrá limar toda implicación con lo digital, renunciar a
su influencia, negar lo evidente, pero el consumidor (que ya no es
únicamente lector o espectador) demanda un espacio electrónico, una
interfaz válida, atractiva, que aglutine todo lo que requiere su ocio
moderno, un terreno apantallado, con hipervínculos y capas de
información imbricados hasta lo inextricable. Éstas son las metáforas
de la modernidad. Interfaz pura. Anoche alguien en la radio, en un
programa de difusión de libros, dijo que el escritor del siglo XXI debe
huír de la escritura decimonónica. Que no deben salir nuevos Dickens. Ojalá
(en todo caso) nazca hoy mismo alguno y construya una cosmogonia ajena
al runrún de los cachivaches modernos. Aunque la leamos en un Ipad 2 o
la descarguemos por megaupload. Hay mercado para todo tipo de autor. O
debe haberlo.
VII
Esta nueva visión de la
actualidad literaria (o pancultural) regala una posición de vigía
excepcional de estos tiempos. La privilegiada atalaya permite
reescribir las reglas del juego y adaptarlas con precisión al vértigo
semiótico (no es otra cosa) que empapa cualquier manifestación de
interés sociológico o cultural. La experimentación genética o la
nanotecnología son oriflamas de este nuevo escenario de conflicto. El
ciberespacio es ese novedoso tapiz: fuera de la red, el mundo se
desgaja, se fragmenta, adquiere una dimensión que va de lo obsoleto a
lo irrelevante. No se trata de que esté muriendo el libro como
soporte de la cultura: se trata de que hay formatos revolucionarios
que lo están cuestionando. De ese forcejeo debe salir un modelo
consensuado que conquiste el mercado del mismo modo que lo hizo el
invento de Gütemberg.
VIII
Blade Runner es, por
muchísimas causas, la película-símbolo. Será un clásico en algún
futuro al modo en que ahora es idolatrado el ingenio y la
precognición de Julio Verne. La ciencia-ficción no es un género
literario: es más bien un inventario de especulaciones sobre las que
la ciencia edifica su plan de trabajo y sobre la que construye ya
triunfalmente su utópía. En todo científico vive un escritor de
fabulaciones. En todo fabulador de lo real, en todo exégeta de lo
fantástico, vive un científico.
IX
Las escuelas no pueden
mantenerse al márgen de este caos inteligente. Al tiempo que fomentar
la lectura (actividad nunca lo suficientemente recompensada) se
deben suscitar debates sobre la vigencia de los formatos clásicos y
la irrupción de los nuevos: cómo unos y otros se solapan, se
complementan y subsisten en un mercado lo bastante amplio y poroso
como para permitirlos a todos sin que se anulen ni ocupen los mismos
espacios de actuación. Ahora más que nunca se precisa explicar qué es
y en dónde actúa lo audiovisual porque nada hay que no se postre
ante su incuestionable dominio de los medios de comunicación. La
representación de lo real ha abierto como nunca su paleta de
instrumentos: por eso la literatura, en cierto modo, ha muerto. Y tras
su defunción renace con el vasallaje previsto, plegada a los intereses
de la cibercultura. Es cierto que el video mató a la estrella de la
radio (Buggles) pero ahora la banda ancha ha humillado a la
imprenta. El google de los cojones hiere (no de muerte, una herida
profunda, dolorosa, pero no letal) al libro.
X
Los blogs son episodios de
esta nueva forma de narrar lo real. Son una celebración absoluta de
la comunicación. Da igual que su mensaje sea exclusivamente literario
o que se adscriba a lo iconográfico. El autor pasa de lo individual a
lo colectivo y la obra abandona su respetabilidad, su condición de
manifestación del talento se transforma en evidencia de la
complicidad de varios talentos. Nace una autoría compartida,
una especie de hiperficción o de texto desmontable. El blog es una
criatura digital incómoda: una vez se ha liberado puede acometer a
dentelladas contra su sujeto creador como un replicante que de pronto
(volvemos a Dick) comprendiese la naturaleza fortuita de su
existencia y precisara un acto de tú a tú con la inteligencia que lo
hizo ingresar en la barbarie de la vida ("Yo he visto cosas que
vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He
visto rayos "C" brillar en la oscuridad cerca de la puerta de
"Tanhauser". Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como
lágrimas en la lluvia.... es hora de morir." ). El compromiso
tecnològico que genera estas nuevas narrativas posibilita la
existencia de un Creador suficiente, valedor de sus propias opiniones,
editor de su causa, motor suficiente de la cruzada a la que
juramente su tiempo. Con Marx, el poder emana de la economía. Tyrell, el replicante, hubiese aceptado sin esfuerzo que el poder emana del lenguaje. La palabra abre y cierra la realidad.
XI
Estamos ante una etapa
primaria de la alfabetización digital. La literatura es una de las
primeras bajas de la contienda, pero subsiste con otro nombre,
tutelada por intereses distintos. El individuo ha sido rescatado del
precipicio: se le ha entregado la nueva cartografía del conocimiento o
de la belleza o del asombro. Sólo se trata ahora de navegar. La
lectura tradicional no precisaba que hurgáramos en su naturaleza: el
lector moderno no sólo hurga sino que se siente capacitado para
modificar lo que lee y condicionar la creación misma. Nada que no
pueda hacer desde que se facturó a mucho bombo y pomposo platillo el
consumidor interactivo, captado por la industria para ofrecerle
golosinas digitales. Me parece irrelevante que se discuta la relevancia del formato. Lo que verdaderamente importa es que se lea. Es en el contenido en donde está la salvación de la literatura. Hablar de que el libro está en peligro es legítimo, pero será una conversación superada. En algunos años, no habrá discusión posible.
Coda
Y pido al azar o a la suma de
sus causas que no perdamos el amor al libro, que la literatura no
muera del todo, aunque consintamos que estos tiempos de conflictos
mediáticos la hayan herido en la superficie y vaya a la rastra,
dejando un reguero de letras heridas, de metáforas abiertas, a la
espera de algún lector no lo suficientemente tentado por la imponente
maquinaria de la tecnología, que todo lo succiona y todo lo
transforma en link. Esto, de hecho, es un hilo de bits en el limbo de
las líneas telefónicas. Suenan The Smashing Pumpkins
en mis B&W. Voy a prepararme un café. Otro más. Tendré que pensar cómo racionarlos. Recogeré un poco el
desorden. No sé si el desorden admite esto de recogerlo. Una vez instaurado el orden, recuperada esa sobriedad óptica
que produce, empezaremos a revolverlo de nuevo todo. Qué voz de lija
tiene el calvo Billy Corgan.
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