Llamadas en consulta

Publicado el 12 mayo 2017 por Elarien
Llego a la consulta, voy volada porque no me gusta llegar tarde. He dejado a mis compañeros en la sesión que, para no variar, se ha prolongado más allá de la hora. Tengo la impresión de que a ellos el tiempo de los demás les preocupa menos que a mí. En la puerta ya tengo al primer extra de la mañana, además de los citados siempre hay algún paciente al que le he dicho que venga, que no hay problema, que le veo en un momento. Como ni apunto ni recuerdo los nombres de los no-citados, total ya los veré según aparezcan, a veces me encuentro con una pequeña tropa esperándome en la sala.
No uso móvil, creo que en mi caso es un mecanismo de autodefensa, capaz sería de darle el número a los pacientes por si me necesitasen y entonces no podría vivir. No obstante, algunos tienen que localizarme, los Rendu-Osler conviene que me llamen antes de presentarse por sorpresa, y a esos pacientes (y a otros) les doy el número directo de la consulta, es lo más práctico. Algunos días necesitaría una secretaria para atender las llamadas.
En medio de la consulta me llama uno de mis Rendu. "Doctora, estoy sangrando". Lo habitual es que ellos mismos se taponen y se controlen el sangrado y vengan a que les esclerose el siguiente martes. Quedemos en eso. A los pocos minutos vuelve a sonar el teléfono. "No se me corta la hemorragia, trago sangre". Miro la lista de citados, ¡en fin!, uno más no importa. Le digo que venga y el número de la puerta en la que estoy. "Lo que tarde en llegar, doctora."
La consulta no para, entra uno, sale otro y entra el siguiente. A veces recuerdo que no estaría mal ir al baño cuando tenga un momento. Con frecuencia ese momento no llega hasta el final de la mañana.
Aparece mi paciente de Rendu. Termino con el citado y le hago pasar. "No quería ir a urgencias a mi hospital porque allí me iban a taponar y luego es peor" se justifica. Tiene razón, en los Rendu conviene usar taponamientos de materiales reabsorbibles para que no traumaticen aún más la mucosa al retirarlos, sin embargo no todos los médicos tienen en cuenta esa cuestión y quienes pagan el pato son los pacientes. Este ya se lo sabe, ha pasado por muchas malas experiencias.
Está encantado con la escleroterapia, me cuenta. Lleva un mes sin sangrar y apenas se lo puede creer, y su hijo tampoco, añade. Antes sangraba todos los días y a modo. Soy consciente, su primera visita fue antológica. Afortunadamente hubo suerte y todo fue mejor que bien y pude cortarle la hemorragia con la infiltración. Eso sí, pasamos juntos más de una hora. Mientras la anestesia le hacía efecto, y entre pinchazo y pinchazo, corría de una sala a otra para atender los casos que llegaban. Al final, el pobre hombre me dijo: Doctora, estoy un poco agobiado por Ud, no para ni un momento. Le tranquilicé, a fin de cuentas semejante trajín no es raro y gracias a eso puedo ver a todos los enfermos, recomendados, extras y lo que se presente. La otra ventaja es que con ese ritmo no me da tiempo a aburrirme (ni a pensar en nada que no sea lo que me cuenta el paciente, tengo que centrarme en eso y actuar).
La segunda visita fue mucho mejor, eso sí, ese día recuerdo que no tenía una sala asignada y me metí detrás de un biombo. Paciente, familiar, residente de familia y yo acabamos en un espacio de apenas 1x2 metros con mesa, ordenador y sillón de exploración incluidos. Fue un momento íntimo, ya dicen que la sangre une.
En esta ocasión tengo consulta y la infiltración va bien, sin problemas. Limpio y todo mejora tras retirar los coágulos. Anestesio con unos algodones, preparo la inyección mientras le hace efecto, localizo el punto y pincho. La residente de familia está al quite y me ayuda a preparar nuevos algodones, me da gasas y tira los envoltorios de las jeringas y agujas para que no anden por medio. Más anestesia, después un poco de comprobación y algo de repaso. No sangra. Le mando a farmacia hospitalaria a por la pomada que se le ha acabado. La sangre agota, una hemorragia en directo te mantiene en tensión, nunca estás seguro de hacerte con ella. Al terminar me siento, miro la pantalla del ordenador y aviso al siguiente paciente.