Hablar de ti siempre resulta una linda manera de honrar al amor, las coincidencias y hasta esa extraña forma que tiene el destino para unir los hilos rojos.
En coordenadas distintas, con modismos y atlánticos que ninguno tiene el valor suficiente para recorrer, aunque al otro lado de los “te quiero” aguarden por nosotros los brazos que se amoldan a nuestra figura. La fórmula correcta para unir trozos que todos daban por perdidos. Esas alas que transporten nuestras almas a la felicidad que estuvimos buscando en fallidas ocasiones.
Sospecho que lates a la misma frecuencia que la mayoría de mis partes buenas. En un do mayor cual himno de la alegría. Sólo que tú eres más que la obra cumbre de Beethoven. Eres el soundtrack de mi vida.
Llámalo regalo de Dios
o azar del destino.
Llegaste y pasó abril con sus tonos grises, desamparados y nostálgicos. Volviste mis días con sabor a ti, a verano, atardeceres y películas para dos.
Un maravilloso momento en el parque a las cuatro de la tarde,
en primavera,
inconcebible sin ti.
Que dicho en pocas o muchas palabras me sacaste de la misma silla en la esquina de la nada, de la máquina de escribir y los pensamientos suicidas. Me diste un techo.
Me has enseñado a vivir.
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