Descrito por Marsh en 1878, mi popularidad ha sido tal que aún hoy día soy considerado por muchos como un sinónimo de “dinosaurio”. En buena medida esto se debe a que en 1905 se realizó una reconstrucción en yeso de mi esqueleto por encargo del magnate Andrew Carnegie, que envió copias a los principales museos del mundo [1]. Si te he de ser sincero, me gusto más con chicha, tal como Joseph Pallemberg me esculpió, en 1909, para el zoo Hagenbeck de Hamburgo.
También hubo cierta confusión sobre mis hábitos, supuestamente acuáticos debido a mi peso y a la situación de las fosas nasales en la parte posterior del cráneo, a lo que Kenneth Kermack alegó en 1951 que la presión habría dañado mis órganos y Robert T.Bakker en 1971 que iguanas y monitores tienen orificios nasales en esa zona y que mis dientes [2] eran propios de una dieta más dura que las plantas acuáticas, mi tórax y patas se parecen más a los del elefante que a los del hipopótamo, y mi cuello estaba hecho para ramonear como el de las jirafas, tal como me dibujó Charles Knight… ¡en 1907!
Y bien entrados los 70 sigo siendo representado a remojo, como puedes comprobar en esta soberbia ilustración de 1977 de Berni Wrightson o en el primer capítulo de la serie educativa Érase una vez…el hombre (1978).
Puedes ver la diferencia con estas ilustraciones realizadas por John Sibick en los 90 ó por Nobu Tamura en 2012. Observa cómo ha cambiado también la postura de mi cola, erguida para mantener el equilibrio.
Ya en España, en 1966 Los Relámpagos lanzaron un single con la canción “Diplodocus”, que ese mismo año versionó Rocío Dúrcal en su Lp “Acompáñame”, como nos recuerda Carlos de Miguel en su relato “Todo es culpa de Rocío Dúrcal”.
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[1] En 1913 llegó la copia del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, único dinosaurio montado en España hasta el triceratops que en 1980 exhibió el Instituto de Paleontología de Sabadell.
[2] En realidad Bakker se refirió al brontosaurio, pero sus conclusiones afectaban por extensión a todos los saurópodos.