“Londres. Acaba de terminar el primer trimestre académico y el rector está sentado en la taberna de Lincoln. Un tiempo implacable de noviembre. Tanto barro en las calles como si las aguas se hubieran vuelto a retirar de la faz de la Tierra y no fuera increíble encontrarse con un megalosaurio de doce o más metros subiendo como un lagarto gigantesco por Holborn Hill.”
Este párrafo al comienzo de Blake house (1853, Charles Dickens) es la primera referencia literaria a los dinosaurios fuera del mundo de la ciencia. Dickens no vuelve a referirse a fauna extinta en toda la obra y no utiliza el término “dinosaurio”, acuñado en 1841 por Richard Owen para agrupar a Iguanodon, Hylaeosaurus y un servidor de ustedes en un solo género, caracterizado por dedos cortos en el pie, cinco vértebras fundidas en el cinturón pélvico y hábitat terrestre.
Sin embargo, Dickens se quedó con ganas de más y llegué a protagonizar una novela completa, como te contamos aquí. Pero no sólo fui el primero en la ficción, también en el terreno de la ciencia: en 1824, muy poco antes de que Gideon Mantell describiera a los otros dos dinosaurios recién citados, William Buckland me bautizó en Transactions of the Geological Society como “Reptil gigante”.
En realidad, fui descubierto muchos años antes, en 1677, por Robert Plot, que en su Historia Natural de Oxfordshire describe un fragmento de hueso encontrado en una cantera de Cornwell el año anterior como la base del fémur de un animal hasta entonces desconocido. Afortunadamente, será Megalosaurus el que trascienda y no el primer nombre con el que graciosamente me bautizó en 1763 Richard Brookes, de conformidad con la creencia de la época en la existencia de gigantes: Scrotum humanum.
Lo que es de justicia reconocerles es que son los ingleses quienes me han dedicado mayor atención. Y no sólo Dickens y Owen. En cuanto a mis apariciones en el cine, guardo un buen recuerdo de la británica When dinosaurs ruled the Earth (1970, Val Guest).