Como vimos, el geólogo Henry de la Beche fue de los primeros en darse cuenta del potencial pedagógico de la ilustración y la caricatura para la ciencia. En sus grabados A coprolitic vision (c.1829) o Duria antiquor (c.1830) ya presento un aspecto más reptiliano, conforme a la descripción de Cuvier.
No obstante, todavía en 1843 Edward Newman insistirá en mi condición de mamífero. Ante su insólita reconstrucción, me asaltan un par de interrogantes:
- ¿Es que este hombre tampoco había visto un murciélago en su vida?
- ¿Ya existían los tripis en el siglo XIX?
Esa asociación con los cavernarios quirópteros favoreció sin duda mi aparición en las primeras obras de ficción que incluían seres extintos, cuyo escenario habitual eran mundos perdidos en el interior de la Tierra, como las archiconocidas Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, El mundo perdido de A.Conan Doyle o las sagas de E.R.Burroughs Pellucidar o Caspak.
Hace poco os ofrecimos la traducción al castellano de Cuando reinaban los reptiles (1934), uno de los primeros relatos narrados desde el punto de vista de un dinosaurio. Me encontrarás en el reparto junto a Lugi, el estrutiomimo, y Gunda, el tiranosaurio.
También me han abierto sus puertas los cómics. En su primera aventura, Adele Blanc Sec (1976, Jacques Tardi) se las ve con un pterodáctilo. Fue traducida al castellano en la edición pirata Pterodáctilo: las aventuras de Edith (1983), con portada de autor desconocido.
A quien debo mostrar mayor agradecimiento es a mi admirado Moebius, que me concibió no como una amenaza, sino como el mejor aliado del héroe. Y si no, que le pregunten a Arzach (1975).