Llega el frío…

Por Mbbp

En esta época del año me pregunto cómo pueden vivir personas en la calle. Les llaman “sin techo”, porque no tienen dónde dormir y lo hacen muchas veces al raso, en parques, estaciones de tren o en agencias bancarias. Junto a ellos y sus cartones, está todo lo que poseen en esta vida, guardado en bolsas de plástico o carritos de la compra, junto a sus recuerdos.

Son personas como tú y como yo, hombres, mujeres y niños, a los que se les ha girado la vida. Tal vez llegaron de países lejanos donde la miseria, el hambre o los conflictos bélicos campan a sus anchas, tras miles de kilómetros andandos, huyendo de la nada. O quizás son personas de aquí que no hace mucho tenían su familia, su vivienda hipotecada y su trabajo, pero lo perdieron todo en un plis-plas. Sean de dónde sean, hoy están aquí entre nosotros, junto a nuestro portal, en nuestras calles y plazas, recordándonos que el mundo puede ser injusto con nosotros y dejarnos al márgen, sin preguntárnoslo, de un día para otro. Durante el día caminan cansinos por las calles, con sus carros de supermercado llenos de sus tesoros, recogiendo todo aquello que nosotros desechamos y tiramos en los containers. A veces hablan sólos y profieren insultos contra ese mundo que les ignora, les envilece o les vuelve locos…

Son representantes de ese otro mundo civilizado del que no hablan las encuestas ni los noticiarios de TV ni las tertulias, ni los políticos miopes ante la más cruda realidad. No forman parte de esa economía que, al parecer y según nuestros hombres de Estado, está creciendo y dejando atrás la crisis. No están siquiera en las estadísticas del desempleo ni de la pobreza, ni de los desnutridos ni maltratados. Están ahí, ante nosotros y para nuestra vergüenza, la de todos.

Cada vez que somos injustos con nosotros mismos y creemos no tener aquello que merecemos -riqueza, amor, trabajo o una familia armoniosa- y simplemente nos sentimos tristes, estamos proyectando nuestra injusticia y nuestra tristeza al mundo que nos rodea. Cada vez que renunciamos a la felicidad o la hechamos en falta, estamos alimentando su miseria, su indignidad e injusticia. Para eso están ahí, para que despertemos a nuestro corazón y, desde él, sintamos la realidad que nos envuelve y, a la vez, nos invite a cambiarla, desde dentro, que es donde están las mismas emociones que nos unen a todos, ya seamos ricos o pobres, con o sin techo, trabajemos o no, porque todo ser humano en este mundo loco es ante todo humano y, como tal, merece todo nuestro respeto, comprensión y amor, como lo merecemos y deseamos todos.