Lleida: amanece en rojo

Por Javieragra

Sucede a veces que descubrimos un lugar por casualidad y desde ese momento se nos mete en el corazón como predestinado desde la eternidad para caminar siempre ligados. Lleida aparece en mis recuerdos infantiles como un espacio frutal y pirenaico, casi diluido entre la primera memoria sobre la que la vida va poniendo una pátina de olvido y silencio.


Desde Cappont estamos viendo las cuidadas orillas del río Segre, la ciudad coronada por el complejo edificado en el turó de la Seu Vella donde el tiempo es meditación.

Pero siempre queda como un temblor dormido que de pronto explota saliendo a la superficie con la violencia de cien lagos y de cien tormentas, de pronto la vida se desborda y el olvido se hace llamarada y tormenta para quedarse en el corazón para siempre. Lleida es ahora una ciudad de reposo y de llamada insistente. Por sus calles y sus veredas paseo con frecuencia.


A las orillas del río Segre la vegetación crece agreste, los árboles fornidos semejan rojos gigantones entre los que corretea Oz.

Esta mañana, antes de salir el sol estaba ya paseando con los perros Oz y Close por la orilla del Segre, primero en su ladera bien cuidada de césped y verdor; después entre las huertas y la agreste orilla del río buscando la Pasarella de Tofol y el espacio de descuidado merendero. El sol comienza su andadura y viste de rojo el contorno entero, el verdor húmedo de las tierras de alfalfa, los álamos de grueso tronco, los cañaverales frondosos de la orilla donde se esconden los patos.


Camino de la pasarela de Tofol, Oz viene a mi encuentro entre los frutales de algún huerto de los encontramos en nuestros matinales paseos.

Oz corretea investigando escondido a mis ojos entre la vegetal vida retorcida de la orilla del Segre, Close sigue el sonido de mis pisadas y también alguna vez se aventura siguiendo pistas y olores. El pequeño chorlitejo salta desde una rama a la húmeda ladera del Segre en busca del desayuno, alguna colorida abubilla salta de su hueco de árbol para buscar insectos con la aguja de su pico. Las cigüeñas y los patos se dejan ver pacíficos como meditando en las calmadas aguas del Segre.


El Segre de aguas serenas, también se embarra cuando alguna crecida lo desborda con inocencia y sin peligro.

La ciudad entera se tiñe de luz rojiza a esta primera hora en que el sol aparece tamizado por el blanquecino tul que cubre el cielo de Lleida. Dentro de pocos minutos será la ciudad clara y llena de vida que abre sus plazas y sus callejas, sus parques y sus comercios, sus múltiples puentes y sus edificios modernistas, su catedral antigua La Seu Vella y su Castillo Templario para el recorrido sosegado de sus habitantes y sus viajeros.

Javier Agra.