Llévenme a un pub irlandés

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Sírvanme una Guinness, por favor

Eran cerca de las once de la noche en Madrid y yo tenía el antojo de llegar caminando hasta la Puerta de Alcalá que estaría vestida de verde. Aunque el invierno estaba casi terminando, hacían unos nueve grados centígrados, pero así íbamos los tres, enfundados de negro y haciendo fotos en el camino. Era un Día de San Patricio de hace ya varios años y yo caminaba como quien levita sin haber tomado ni una cerveza, pero impulsada por alguna vida irlandesa que estoy segura ya he vivido varias veces.

En ese mismo viaje, terminamos -otra vez los tres- en un pub irlandés de la calle Huertas. Uno tan en España, buscando otros sabores; pero no mandamos en eso y ya me había pasado lo mismo en otra ciudad. Que me sirvan una Guinness, por favor. Y uno se la toma como quien no conoce otra cosa y celebra por Irlanda y todo lo que tiene por contar.

Por eso fui a Dublín varios años después y apenas hace ocho meses. Fui al verde de Irlanda para encontrarme con otros paisajes que forman parte de una crónica que no he escrito. Llegué a Dublín por el empeño de caminar sus calles y descubrir qué me pasaba a mí con una ciudad que no conocía aunque parecía que sí. Es en ese instante cuando descubres que Dublín habla desde todas las esquinas al mismo tiempo y son tantos sus recovecos que hay que caminarla con desorden porque las calles que suben no son las mismas que bajan, porque la lógica no se concibe en su mapa, sino en el ritmo que van dictando sus días.

¿Cómo no ir a Temple Bar?

Adentro es una oscuridad roja y cerveza fría

Esto fue en Avoca, que nada tiene que ver con Dublín, pero su pared sabe a cerveza

Y como Dublín habla, entonces te descubres conversando con alguien un día para encontrarse a cierta hora en el Spire, ese monumento de la luz, afilado y altísimo (120 m) que es punto de referencia para los irlandeses en el centro de su ciudad, para desde ahí caminar hasta The Brazen Head, que es el pub más antiguo de Irlanda (1198) y donde saben servir bien una Guinness, hay música en vivo y hacen tertulias literarias; para seguir luego a Whelan’s y su oscuridad roja porque fue justo allí donde se grabaron escenas de esa película con Gerard Butler y Hilary Swank llamada “P.S. I love you”, y luego terminar en el propio Temple Bar, el local, al que todo el mundo va para pagar sin miramientos otra cerveza, aunque sea más costosa, y probar alguna más que solo se consigue ahí -la Murphys- porque uno nunca sabe cuándo volverá a Irlanda y hay que ir de un lado a otro, al ritmo de la ciudad. “Yes, I want a pint”, dices mientras te pierdes con la música de las esquinas y se te olvidan los nombres de los sitios a los que entras solo por entrar y a los que no pudiste pasar de tanta gente acumulada en su puerta, en sus escaleras, en su nombre.

Llévenme a un pub irlandés cualquiera y en cualquier ciudad, que yo brindo las cervezas, les hablo de San Patricio y quizá, si me animo, les cuento qué fui a buscar a Irlanda. Quizá cuente qué fue eso que se quedó pendiente de una vida pasada, perdido entre tanto verde. Quizá.

PARÉNTESIS. Caminar con Analisse y Jean Carlos por Madrid, esa noche de San Patricio, es uno de mis mejores recuerdos. Las calles eran solo nuestras, como el verde y el negro que salía por todos los rincones. Ya en Dublín, con Cheylu que me recibió en su casa sin conocerme, recorrí los pubs y el mapa de Dublín para que no se me olvidara más. Qué bonitos son los viajes y los amigos. Que no nos falten nunca.