Villarejo, Cospedal y su marido.
En estas últimas, las grabadoras dan conocer reuniones y comentarios entre la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, acompañada de su marido, y el comisario en cuestión, en las que, en la sede nacional del PP, tratan sobre las investigaciones que la policía lleva a cabo sobre la trama Gürtel y que señalan al tesorero de la formación, Luis Bárcenas. Los que hablan apuntan a la intención de destruir pruebas y limitar las implicaciones en el tesorero, que acabaría siendo el cabeza de turco del escándalo. Eran los tiempos, cuando se grabaron esas conversaciones, en que el PP se rasgaba las vestiduras cada vez que se le acusaba de incubar la corrupción en su seno sin hacer nada y estos altos dirigentes salían en tropel a denunciar supuestas campañas de desprestigio e infamias de las que eran objeto. La misma Cospedal no dudaba, ofendísima, en contraatacar a la oposición con “y tú más”, asegurando, junto a Mariano Rajoy –presidente de la formación y del Gobierno-, que no existía corrupción en el PP, sino contra el PP. Desde entonces, la Justicia ya ha demostrado todo un sistema de financiación ilegal en el partido y la utilización de las instituciones para, a cambio de adjudicaciones públicas, conseguir comisiones que servían para “engrasar” toda la maquinaria clientelar y que permitía a sus cabecillas y dirigentes clave enriquecerse a costa del erario público. Y no fueron uno o dos casos aislados, como al principio se intentó hacer ver, sino una conducta de actuación que ha caracterizado al Partido Popular allí donde ha gobernado. Tan generalizada era esa conducta que, al fallarse la sentencia que condenaba este proceder, la oposición fragmentada del Parlamento olvidó por un instante sus diferencias y desalojó al PP del Gobierno con la primera moción de censura exitosa en la historia democrática reciente de este país.Y todo ello confluye en unos momentos en que el PP se enfrenta con un competidor en su nicho ideológico, cual es Ciudadanos, que podría, si no comete ninguna torpeza ni se impacienta sobreactuando, arrebatarle la confianza del electorado conservador. De ahí, el nerviosismo que muestra el PP y la deriva hacia el radicalismo extremista con el que se pronuncia su nuevo presidente, en un intento desesperado de no sólo retener a sus seguidores, sino de aprovechar esa ola conservadora que parece dominar la política en la actualidad. Pero lo tiene difícil porque su credibilidad es mínima.
Lo peor de estas revelaciones, siempre interesadas, no es que lo que delatan de los personajes, que es mucho, sino la creencia de esos interlocutores de actuar amparados por una impunidad debida a sus cargos y la consideración que le merecen a su principal protagonista, la señora Cospedal, quien afirma haber cumplido con su obligación. Tal justificación me recuerda el argumento de los oficiales nazis cuando fueron juzgados: actuaron gaseando judíos obligados por la obediencia que implica el cargo. Ni estos ni Cospedal tuvieron en cuenta las responsabilidades morales y legales de actos criminales.