Aurora reflexiona en el aula de su colegio donde se ha quedado, finalizada la jornada escolar, para corregir unos ejercicios de sus alumnos. Ante los dibujos inocentes de los niños piensa sobre la condición de "muro de las lamentaciones oficial" que cumple dentro de su familia. Ella es una amable mujer casada con Gabriel. Ambos son padres de Alicia, una niña con problemas de comunicación e interrelación de la que apenas nadie, salvo ella misma, Aurora, se ocupa y menos se preocupa. Esto, ser la escuchante de todos y no poder contar sus cosas a nadie la está sobrepasando.
Junto a los tres hermanos están las parejas con las que comparten toda o parte de su vida; todos ellos esconden rarezas y arrastran fracasos y desilusiones: Horacio, divorciado de la hija mayor, Sonia, con la que tiene dos niñas, Ana y Azucena, se casó con ella más por influencia de la madre que por deseo de ella; Andrea, la reina de los traumas, achaca toda su infelicidad a los demás: a su madre porque -decía- la abandonó cuando sólo tenía dos o tres años, a Sonia porque Horacio -repetía siempre- tenía que haberse casado con ella, a Gabriel porque es un egoísta infantil que jamás se preocupó de nadie; de Gabriel, que parece el más equilibrado, conoceremos por boca de Aurora sus extravagancias y dobleces... Esta familia, pues, es una auténtica fauna.
Me ha gustado mucho la manera como está escrita la novela. He leído por ahí que lo importante en literatura es lograr que el escrito fluya, que el lector se sienta confortable durante la lectura, que no encuentre dificultades insalvables. Esto, naturalmente, no equivale a escribir puerilidades o asuntos deliberadamente comprensibles para lectores de bajo nivel intelectual; paradójicamente los autores que así piensan suelen fabricar auténticos bodrios, ladrillos ilegibles e infumables que se caen de las manos por culpa de tanto recurso narrativo novedoso acumulado muchas veces sin venir a cuento y en un desorden tremendo.
No. Landero, en esta novela, se maneja con la llaneza de los maestros, aquellos que manejan el material que tienen entre manos con tal habilidad que saben construir venciendo las dificultades y logran mostrar un resultado aparentemente fácil y sencillo. ¡Ay, la dificultad de la claridad! Por eso esta novela me ha gustado, porque revela la presencia en su arquitectura de un auténtico maestro de las letras.
Es una novela construida prácticamente toda ella a través del sistema de la citación. Quiero decir que no hay un narrador único, -testigo, objetivo u omnisciente-, que cuente toda la historia, sino que es a través de ese muro que es Aurora que nos vamos enterando de la realidad, de manera incompleta y con perspectivas diversas según quién sea en cada momento su comunicador. A través del estilo directo escuchamos a los personajes contarle a Aurora. Es estilo directo porque lo narrado por cada uno de ellos es reproducción exacta de lo acaecido: A veces, con frecuencia, dado que todo ya ha sucedido, se mezcla lo que se está diciendo con una anterior citación de otro personaje que enjuicia, introduce su punto de vista, contradice..., pero todo siempre en el momento en que es contado a Aurora. Ella misma también referirá su experiencia con Gabriel, su marido. Y lo hace en primera persona abandonando el estilo de la citación o mezclando en estilo directo la conversación mantenida con él con otra u otras conversaciones mantenidas por otros personajes y que en el instante mismo de la rememoración le están siendo contadas a Aurora. En fin, es una compleja y muy trabajada novela cuya narratividad supone una verdadera vuelta de tuerca, una mîse en abyme ('abismación', se dice en castellano) que provoca una metaliteraturización del relato que estamos leyendo. Ya en la primera página de la historia aparece una reflexión de Aurora (en el fondo una especie de anticipación) sobre lo que nos disponemos a leer: un relato de relatos
"Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen."Pero, insisto, pese a la dificultad del procedimiento, Luis Landero consigue que la historia fluya, que estemos a gusto leyéndola. Esto, creo yo, está al alcance de pocos autores.
Todo sucede en el escaso tiempo que va del final de las clases de la tarde en la escuela donde trabaja
"Está empezando a atardecer, y hace ya rato que se fueron los niños." al momento en que "una voz la devuelve de golpe a la realidad: «Doña Aurora, que son ya las ocho», dice el bedel desde la puerta apenas entreabierta. ¡Las ocho ya! ¡Qué tarde se ha hecho! Aurora recoge sus cosas, se pone el abrigo, y al accionar el móvil descubre con sorpresa que está apagado".O sea, en tiempo real, unas cuatro horas aproximadamente durante las que ella ha estado recordando las confesiones que unos y otros le han hecho quejándose todos de todos. Esas quejas, esa multiplicidad de voces que durante veinte años, desde que llegó a esa familia, ha escuchado con paciencia infinita han ido calando en ella como esa lluvia fina que al salir del colegio encuentra en la calle y que la conduce hacia el inexorable futuro.
El autor nos va descubriendo la personalidad de cada personaje en el discurrir de las conversaciones que entre sí mantienen a propósito de una fiesta que a Gabriel se le ha ocurrido dar para celebrar el 80 cumpleaños de la madre, mujer cuyo difícil carácter ha hecho que la familia lleve muchos años sin reunirse. Es, piensa Gabriel, una buena disculpa para retomar el contacto. Comienzan entonces las llamadas telefónicas de Gabriel a Sonia, de Sonia a Andrea, de Gabriel a Andrea... y a su vez en un segundo nivel las de cada uno de ellos a la buena de Aurora comentándole los agravios intuidos o recibidos en los respectivos diálogos. Lo interesantísimo para mí es que Landero muestra la psicología de estos seres no a través de descripciones estáticas sino todo lo contrario: vemos y sabemos cómo es cada uno de ellos al verlos actuar en las retrospecciones que van relatándole a Aurora a fin de que ésta se haga mejor idea del porqué de las quejas de cada cual. Esto, insisto, no es fácil, y el escritor, pacense de nacimiento y origen familiar pero madrileño de adopción como tantos otros españoles que arribaron a la capital en los años sesenta, lo lleva a cabo con soltura, eficiencia y elegancia.
No cabe decir mucho más de esta historia que en el fondo muestra la cotidianeidad de un pequeño grupo familiar en el que hay de todo, pese a que vistos desde fuera y sin profundizar nada sería una familia normal más. Algo que es verdad porque con frecuencia la normalidad es esto que nos encontramos aquí: madres posesivas y distantes, padres amables e imaginativos, mujeres que se creen perseguidas por todos desde siempre, otras que deben reconducir su vida tras una primera equivocación provocada por interferencia materna, un hombre soñador e incapaz de ponerse en serio a nada, y una mujer que no soporta por más tiempo ser recipiente donde los demás arrojan sus neuras y se van tan oreados sin preocuparles el estado en que ella queda. ¿Es esto una familia normal y feliz? Decía Lev Tolstoi al inicio de su novela "Ana Karenina" que «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». ¿Sí? Bueno, no sé, dejando al ruso a un lado hay que leer esta novela para tomar postura y decidir si estamos ante un grupo familiar feliz o infeliz, e incluso si en cualquier caso se podría hablar de normalidad.
En torno a Luis Landero
Por profesión y ciudad de ejercicio comunes siempre le he seguido la pista y a mis alumnos constantemente les he animado a participar en el Certamen Literario de Narraciones Cortas Luis Landero, que se convoca a nivel internacional para todos los alumnos de secundaria de los países hispanoparlantes.
Además del primero y del último de sus libros he tenido el gustazo de leer otros títulos suyos: "Caballeros de fortuna" (1994), "El mágico aprendiz" (1998), y su autobiografía, "El balcón en invierno" (2014), que ahora mismo recuerde. Esta novela memorialista sí que la tengo reseñada en este blog. Invito a quien desee saber más sobre las ideas y vivencias del autor a leer la novela y antes, si así lo desea, mi reseña en la que después de cinco años de haberla publicado al volver a ella creo que contiene informaciones interesantes. Os dejo el enlace aquí.