A menudo tengo la impresión de que entre todos, comenzando por el gobierno y acabando por nosotros mismos, hemos creado una clima de incertidumbre, a ratos apocalíptico, siempre negro, que nos bloquea a la hora de tomar ciertas decisiones y, por tanto, de afrontar el futuro. Hay a quien esto de la crisis le ha venido de maravilla, que no todo iban a ser desgracias. El otro leía horrorizado que el gallego dueño de Inditex, Zara para entendernos todos, había ganado 448 euros al segundo. Sí, ha leído bien, al segundo. Es una noticia que a mi modesto entender, que no es mucho, resulta llamativa por horripilante, sobre todo ahora que tanta y tanta gente lo está pasando verdaderamente mal. De la misma manera, siento algo parecido al asco, cuando los bancos y cajas exhiben sus ganancias, y todos nosotros pagando hipotecas a cuarenta años y, sobre todo, renunciando o recortándonos derechos para que ellos puedan seguir exhibiendo sus cuentas. No olvidemos a donde ha ido a parar buena parte del dinero público –de todos-, para tapar el agujero, nos han contado, y evitar la bancarrota. Fosa Mariana, por sus tragaderas. Porque en todo esto de la crisis, como excusa o como justificación, hay mucho de ese célebre dicho que nos muestra a la pescadilla mordiéndose la cola. Nuestro poder adquisitivo se ha reducido considerablemente, si usted es una de las excepciones le felicito, pero lo normal es que comprenda mis palabras, y, al mismo tiempo, se pasan el día diciéndonos que es esencial reactivar el consumo. ¿Y eso cómo se hace? Si cobras menos y encima te repiten, cada día una y otra vez, que la cosa pinta que irá a peor, obviamente menos consumes. Y ese cambio de coche, o ese viaje soñado, o esa reformita en el cuarto baño se posterga hasta que pase la tormenta y salga un poquito el sol, aunque sólo sean cinco minutos.Hemos tenido una semana de nubes, lluvias y recortes, que aplicando el refranero de forma extensiva o metafórica, también cabría afirmar que nunca son del gusto de todos. Y a veces no son del gusto de nadie, aunque haya quien trate de justificar lo injustificable, que de todo tenemos en el corral. La austeridad no es un sinónimo de recorte, no confundamos ni nos empeñemos en fusionar los adjetivos con los verbos. La austeridad es otra cosa, y considero que siempre es buena y positiva, sobre todo cuando se relaciona con dinero público. Recortar es otra cosa, y yo siempre estaré de acuerdo si se trata de incidir en aspectos superfluos o en eliminar duplicidades. Pero no estoy de acuerdo cuando los recortes afectan a las becas, a la investigación, a la sanidad, a la educación, al conocimiento, a los idiomas, a la ley de dependencia, tal y como ha sucedido con los por fin anunciados Presupuestos Generales del Estado que nos narró el ministro Montoro, ya que nuevamente el Presidente Rajoy delegó sus funciones y adoptó la postura de la avestruz. Alguien le debería explicar cuáles son sus cometidos y que no puede anunciar, por ejemplo, presupuestos “históricos” desde su búnker de la Moncloa.Los presupuestos presentados me preocupan, mucho, porque incidirán en nuestro inmediato futuro y porque no van a generar confianza, pero sobre todo me preocupan, me alarman, por el mensaje de lluvia fina, volvamos a la meteorología, por el alimento que suponen a las posiciones ideológicas más trasnochadas y extremas. Que se maltraten a los agentes culturales, cine y libro especialmente, que se elimine el Plan Nacional contra el Sida, que se menosprecie el de Drogas, que se reduzca en combatir la Violencia de Género, que se borre el de inmigración, que se reduzca en políticas igualdad, son medidas con una profunda e hiriente concepción ideológica. Ya lo creo. Cómo le vamos a dar dinero al rojo de la pancarta, al moro, al gitano, al borracho, a la mujer maltratada, al yonqui o al maricón con la que está cayendo, nos preguntaremos y responderemos, y con la justificación de la crisis, con actuar sobre lo “verdaderamente importante”, nos daremos por satisfechos. No sabemos todavía qué es lo “verdaderamente importante”, aunque sí que sabemos quiénes son los que mandan, que es completamente diferente, y cuyos intereses y necesidades en nada coinciden con las nuestras. Y no, con la aceptación de estos mensajes, implícitos en estos presupuestos, somos mucho peores, menos justos, menos igualitarios. Y también seremos más previsibles y más manejables. La lluvia de estos mensajes está calando, y deben preocuparnos más que los propios recortes. Deseemos, tenemos que poner todos de nuestra parte, que la lluvia no se torne diluvio. Porque la tormenta ha comenzado y no habrá paraguas, tampoco salvavidas, para todos.El Día de Córdoba