Invocadas en películas y nombradas en registros tan antiguos como la Biblia, las lluvias de animales y objetos raros continúan sucediendo en nuestros días
Yoro, Honduras. Como cada año para la época de lluvias, entre mayo y junio, los habitantes del poblado de Yoro preparan sus baldes, palanganas y todo aquel recipiente capaz de contener lo que pronto el cielo va a traerles. Y no es lluvia. Al menos, no en el sentido convencional. Lo que la población de Yoro espera es la precipitación anual de peces, un fenómeno meteorológico tan extraño (acaso un regalo divino) que hasta el momento no encuentra explicación científica suficientemente acabada.
Las lluvias de peces y ranas en la historia no son fenómenos para nada aislados. Aunque no se tiene conocimiento de un caso tan repetitivo y cíclico como el de Yoro, las precipitaciones de animales acuáticos, anfibios y otras lluvias mucho más bizarras tuvieron lugar miles de veces en la historia de la humanidad.
Charles Fort (1874-1932), un investigador estadounidense que dedicó años al estudio de las lluvias extrañas, logró recopilar unas 60 mil fichas de periódicos, revistas y otras fuentes referidas, en su mayoría, al inusual fenómeno. A lo largo de su carrera, Fort llegó a registrar lluvias de cruces, monedas, serpientes, antiguos sellos chinos, sangre, ranas, insectos, algodón, aceites y sustancias líquidas de los más diversos tipos.
En la mayoría de los casos, los científicos optan por adjudicar los fenómenos a poderosas trombas de aire que chupan la fauna y todo tipo de objetos de un lugar para dejarlos caer más tarde sobre otro más o menos cercano. Tal como en el caso de la lluvia de pelotas de golf sucedido en Florida, Estados Unidos, en agosto de 1969, cuya explicación podría atribuirse a un movimiento de materia originado por el famoso huracán Camille, uno de los más destructivos en la historia de Norteamérica.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, la teoría de los ciclones succionadores no logra explicar la caprichosa selectividad de objetos o animales que caen sobre una región particular. ¿Por qué escogería una corriente de aire, levantar a todos los sapos de una laguna sin llevar consigo el agua, barro, algas y otras especies del mismo ecosistema?
Mucho más extraña se antoja la explicación cuando las lluvias de peces o anfibios suceden donde ningún río, mar o espejo de agua se halla en la vecindad, o donde ningún huracán o tromba fue registrado en el momento o en días previos.
Otras explicaciones más aventuradas, como la de bromistas en aeroplanos, fallan desde el mismo comienzo: las lluvias de objetos raros, como la lluvia de cruces sucedida sobre un pueblo de Alemania en 1503, carecen de toda lógica al no tener el supuesto humorista o fanático religioso, instrumento tecnológico capaz de llevarlo a dispersar cosas desde el aire sin ser visto.
Pero al contrario de lo que piensan muchos escépticos a lo paranormal, estos raros meteoros no son leyendas pertenecientes a una civilización medieval e ignorante, producto del subdesarrollo de la ciencia. En la actualidad, las lluvias raras aún continúan sorprendiendo en cada lugar del mundo. Tal es el caso de la lluvia de pequeñas ranas, sobre Alicante, España, producida en 2007. O la caída de arañas en las afueras de la provincia de Salta, Argentina, registrada fotográficamente por un lector de La Gran Época, en el mismo año.
En 2008 también fueron registradas dos lluvias no convencionales: en Taperal de Beniganim, España, donde llovieron peces y pequeñas ranas; y en el pueblo de Chocó, Colombia, donde una lluvia de sangre (supuestamente confirmada por análisis de laboratorio), sorprendió a sus habitantes la mañana del 1 de agosto.
Para Angel Rivera, meteorólogo y portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología de España, muchas de las lluvias extrañas pueden ser explicadas desde un punto de vista científico. Por ejemplo, en el caso de las lluvias de sangre, como la ocurrida en el municipio de Chocó, Rivera dice que “es habitual que haya polvo en la atmósfera, a veces rojizo, y ese polvo al caer se lave con la lluvia, y en algunos pueblos se hable de lluvia de sangre”.
Sin embargo, para los especialistas, una de las lluvias más difíciles de explicar, al contrario de lo que cabría esperar, no son peces, ranas o sangre: es la de grandes rocas de hielo, apodadas como “aerohielitos” o, simplemente, “frigolitos”.
Durante el año 2000, en seis oportunidades diferentes, España se vio bombardeada por un “granizo” gigantesco, consistente en piedras de varios kilogramos de peso. Para los meteorólogos españoles, tal caso (registrado también en el pasado por Charles Fort), simplemente carece de toda explicación racional.
“El tema de los bloques de hielo es un tema que nos cuesta mucho trabajo entender, porque no encontramos un mecanismo físico que sea capaz de explicar la formación de esos bloques”, confiesa Rivera durante una entrevista para el programa Cuarto Milenio. “Nosotros, desde luego, no hemos encontrado una explicación; hay que confesarlo así, claramente”.
Mantequilla, dinero, caracoles, aves muertas, carne, flores congeladas, cabello humano… la lista de objetos caídos del cielo parece interminable. En muchos casos, la gente suele atribuir tales fenómenos a experimentos realizados por naves alienígenas o a un cruce dimensional, donde las cosas repentinamente se materializan o desaparecen de los cielos. En algunos casos, el fenómeno ha recibido el nombre de “bromista cósmico”, haciendo referencia a un ser superior sin más que hacer que divertirse con nuestra reacción al ver llover rarezas.
Hasta el momento, las lluvias de objetos no hicieron más que generar dudas desde que el hombre comenzó a registrarlas en documentos como la Biblia o antiguos escritos egipcios. ¿Se trata de trombas marinas selectivas? ¿Fenómenos meteorológicos perfectamente explicables? ¿Mensajes de los dioses? Cualquiera sea el caso, la próxima vez que el cielo oscurezca, más le vale estar prevenido: puede que no solo venga un aguacero.
Lluvias raras, raras…
En 1578, en Bergen, Noruega, llovieron grandes ratones amarillos.
En enero de 1877, en Memphis, EE. UU., la prestigiosa Scientific American registró una lluvia de serpientes de hasta medio metro de longitud.
En febrero de 1877, en Penchloch, Alemania, cayó una sustancia amarilla, espesa y olorosa que tenía copos en forma de flechas, granos de café y discos.
En diciembre de 1974, durante varios días llovieron huevos duros sobre una escuela primaria en Berkshire, Inglaterra.
En 1969 llovieron carne y sangre sobre una gran área de Brasil.
En 1989, sobre el pueblo de Las Pilas, en Cantabria, llovieron muñecos de madera decapitados o con la cabeza quemada.