Revista Cine

Lo bueno, si breve: Cabalgar en solitario (Ride Lonesome, Budd Boetticher, 1959)

Publicado el 08 octubre 2018 por 39escalones

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Siete grandes westerns fueron el resultado de la relación artística a tres bandas mantenida por el director Budd Boetticher, el guionista (y posterior director) Burt Kennedy y el ya veterano intérprete Randolph Scott. Boetticher y Scott colaborarían, además, en otros notables títulos del Oeste como Cita en Sundown (Decision at Sundown, 1957) o Buchanan cabalga de nuevo (Buchanan Rides Alone, 1958), sin llegar al grado de excelencia de los escritos por Kennedy pero dentro de los mismos parámetros estilísticos y narrativos de la serie: extrema concisión narrativa (duraciones ajustadísimas, entre los 70 y los 80 minutos), personajes extraordinariamente complejos dibujados con precisión quirúrgica, contradictorias relaciones entre ellos, no siempre reducibles a una división moral clara, un ritmo vibrante sin concesiones ni apenas descansos en una acumulación de acción y sucesos que abarca todo el metraje, y la importancia concedida al peso del pasado, la culpa, el remordimiento y la venganza, en la que cuenta también el misterio, el secreto, una oscura revelación, un hecho olvidado y recuperado que lo cambia todo. El quinto título de la tripleta Boetticher-Kennedy-Scott es Cabalgar en solitario, la historia de un cazador de recompensas (Scott) que captura a un joven (James Best) acusado de asesinato para llevarlo ante el juez de la ciudad de Santa Cruz; el trayecto, no obstante, está plagado de peligros: la amenaza india, la banda de forajidos liderada por el hermano del detenido (Lee Van Cleef) y la rivalidad del protagonista con dos de sus compañeros de viaje (Pernell Roberts y James Coburn) por el dinero de la recompensa y, tal vez, por las atenciones de la mujer que se ve obligada a viajar con ellos (Karen Steele), complican un viaje condicionado por un propósito oculto surgido de las heridas sin cicatrizar de un pasado demasiado reciente.

Boetticher es sabio en el manejo del tono y del ritmo, en la capacidad para llenar de matices y recovecos emocionales, de acción y emoción, de acontecimientos diversos y cambios de orientación, metrajes tan breves. La definición que el guion hace de la moral de los personajes, de sus puntos de vista ante los distintos sucesos, de sus evoluciones y de sus decisiones es perfecta desde el primer minuto de metraje y encaja a la perfección con las exigencias del desarrollo dramático de la historia. La arquitectura formal de Boetticher y Kennedy parte de la sencillez más aparente de la serie B (un conflicto expresado en líneas simples: frustración y venganza) para ir poco a poco tejiendo una madeja de interacciones y dependencias que conforman una estructura compleja llena de preguntas para las que no hay fácil respuesta. La brutalidad de la violencia contrasta con una plástica lírica, repleta de hermosas y evocadoras imágenes, caldo de cultivo para los remordimientos y las dudas, para las expectativas y los fracasos. Los despiadados forajidos comparten un territorio casi lunar (grandes espacios abiertos de rocas escarpadas, matojos, montes pelados y desoladas riberas de cauces) sobre el que late la atmósfera de calma que precede a la tormenta, al estallido violento.

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El guion y la puesta en escena también funcionan por contraste, la doble amenaza, externa e interna. En primer término, la acción, que arranca en el puesto de aprovisionamiento de una ruta de diligencias, apuesta por la amenaza externa: los apaches han atacado el vehículo y amenazan ahora a quiene se refugian en la precaria construcción de madera y adobe. Las señales de humo irrumpen en el cielo azul hermosamente fotografiado por Charles Lawton Jr. La huida y la persecución, que recuerdan al devenir de la columna de voluntarios de Texas de Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956) dan paso al combate y, después, a un cambio de prisma: una vez superada esta amenaza exterior, son las amenazas interiores, dentro del grupo de huidos y dentro de determinados personajes entre sí, los que marca n la tensión dramática. El prisionero intenta convencer a distintos personajes para que lo liberen y le ayuden a escapar; los cabecillas del grupo entran en abierta rivalidad por imponer sus decisiones; los personajes masculinos experimentan una abierta atracción por el personaje femenino… La historia ofrece distintas perspectivas de choques posibles, y el guion juega con todas ellas para ofrecer un panorama complejo y poliédrico. El grupo, no obstante, sometido de nuevo a una amenaza exterior (la banda de forajidos que pretende libertar al prisionero) se ve obligado a convivir y compartir destino, lo que refuerza asimismo los conflictos internos que surgen entre ellos.

El bajo presupuesto no se percibe en el majestuoso uso de los exteriores ni en algunas tomas de mérito (las grúas que retratan en contrapicado a los personajes acercándose a las ruinas en el desierto, las tomas que captan la llegada de jinetes desde el extremo más lejano de la cámara al plano más próximo, el árbol ardiente en medio del prado…), ni en la tensión y la riqueza de los diálogos; solo en la brevedad del metraje y en la necesidad de construir el final de modo algo precipitado. El ingenio de Boetticher y Kennedy para sacarse una buena historia de entre los tópicos del género y los lugares comunes, dotando al conjunto de los aires trágicos de la épica griega y de la fatalidad inherente al ya por entonces amortizado noir, hace que la película crezca a cada paso de su metraje, y que el western modesto y sencillo, de pocos personajes y entornos austeros que es en apariencia alcance en dimensión las coordenadas más clásicas del género, a la altura de los grandes trabajos de, por ejemplo, Anthony Mann. En particular, el manejo de la tensión y la acción, y la eficiencia de su economía narrativa elevan la película, en especial hoy en día, cuando parece que no se sabe rodar nada interesante en menos de dos horas, a la condición de plantilla a considerar, de cine modelo.


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