TENGO LA IMPRESIÓN de que el “fervor madrileñista” —llamémosle así—, se ha convertido en un fenómeno al alza, que no ha parado de crecer en los últimos tiempos y que puede ir a más. No estamos hablando de datos, imposibles de cuantificar, sino de una constatación fácilmente deducible para cualquier observador que en los últimos días haya participado en los actos, 200 citas en 15 lugares, con motivo de las fiestas capitalinas de San Isidro.En la Pradera, en Las Vistillas o en la Plaza Mayor, un millón y medio de personas, —200.000 más que el año anterior—, se han echado a la calle con gran entusiasmo festivo, ataviados muchos de ellos con la gorra típicamente chulapa (parpusa, en la restringida jerga local) o un clavel rojo prendido en la cabeza para las “manolas”. En esta ocasión, los ‘chinos’ han vendido más complementos que nunca y la participación en los actos populares no ha parado de crecer (un 20 por ciento más).Sola la Pradera congregó en cinco días a más de un millón de personas, y este año incluso se ha recuperado el organillo como instrumento central sin que nadie se haya rasgado las vestiduras. Nunca hasta ahora, Olga María Ramos y Mari Pepa de Chamberí, genuinas representantes del cuplé, el chotis y la música popular de Madrid, se habían sentido tan acompañadas en Las Vistillas, otro de los escenarios favoritos durante estos días.Visto con la perspectiva que nos da el paso del tiempo, no ha mucho que todo lo que olía o sonaba castizo —desde la indumentaria a la música—, era poco menos que algo trasnochado, cuando no directamente ‘casposo’ o antiguo. Ahora, en cambio, lo que mola es lo genuino, y ahí están nuestros políticos municipales o regionales, de todos los colores, como abanderados de esta nueva causa para mayor gloria, es cierto, de sus objetivos electorales. Si a esto le unimos lo que hace unos días definíamos como “el patriotismo castizo o el orgullo de ser madrileño”, se me antoja que Madrid nunca para de reinventarse.“Me parece que Isidro es una santo de andar por casa, apegado a la tierra y con un toque ecologista”, ha dicho la propia Manuela Carmena, con evidente intención de que nadie pudiera quedar fuera de los fastos de mayor por prejuicios ideológicos.“En apariencia es un contrasentido que San Isidro, un labrador del siglo XII, sea el patrón de Madrid, una metrópolis moderna llena de calles, coches, edificios y oficinas. Pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que también tiene grandes extensiones de parques, jardines y huertos urbanos”, apostillaba nuestra alcaldesa a modo de justificación.Dicen que el santo patrón de los ‘madriles’ era capaza de hacer dos cosas a la vez: mientras él se dedicaba a rezar, una pareja de bueyes araban la tierra y realizaban solos las labores agrícolas. Pues algo parecido, salvando todas las distancias, ha conseguido Carmena: mantener las esencias castizas y atraer al progresismo sin que parezca algo rancio. Al fin y al cabo, como dijo en su pregón Almudena Grandes, “en esta villa plebeya, que se enorgullece de su condición tanto o más que otras de sus viejos y aristocráticos blasones, nadie es más que nadie”.Y eso que Madrid, “impecable síntesis del brillo y la cochambre”, como la definió nuestra pregonera de este año, “es una ciudad que se quiere poco, mucho menos de lo que debería”.“Hemos cambiado mucho y no hemos cambiado nada” —prosiguió Almudena Grandes desde el balcón del viejo Ayuntamiento, en la Plaza de la Villa—. “Ahora somos más variados, más altos. Yo creo que también más guapos, porque hay madrileñas con ojos rasgados, madrileños con la piel de ébano, chulapos andinos, chulaponas eslavas, chilabas, turbantes, túnicas de todos los colores, ecos de lenguas imposibles y bellísimas en los vagones del metro. Ellos, ellas son nosotros, nosotros todos, y todos somos Madrid, una ciudad enamorada de la felicidad”. Amén.Definitivamente, el “nacionalismo cheli”, aunque sea muy de andar por casa, hace furor. No quiero ni pensar cómo será el San Isidro de 2019, a menos de un mes de las elecciones municipales y autonómicas. Habrá codazos de nuestros políticos por salir en la foto ataviados de “majos, chulapos o chisperos”. ¡Si Olga Ramos —símbolo del casticismo madrileño— levantara la cabeza!