La democracia fue diseñada precisamente para evitar que ocurran dramas como el de Rato. Es un sistema de seguridad que "maniata" al Estado y a los poderosos para que no puedan corromperse y excederse en el desempeño del poder. La separación de poderes, la exigencia de transparencia y una justicia que debe ser igual para todos, junto con la vigilancia de una sociedad civil libre y organizada y de una prensa veraz y fiscalizadora, deberían garantizar que tipos como Rato y los que le designaron a dedo o que socialistas como los que protagonizaron y permitieron los EREs en Andalucía no puedan llegar al poder y culminar sus fechorías. Pero en España nada de eso existe porque lo que llaman democracia es una burda imitación de hojalata, que permite que la corrupción y el abuso estén casados con el poder.
El asunto de Rato es todo un símbolo, fruto directo del pavoroso proceso de degradación de España. Aparentemente, el caso Rato no es tan grave como el escándalo multimillonario de los EREs del socialismo andaluz, la desvergüenza de la connivencia del PP y del PSOE con el nacionalismo catalán y las estafas de las participaciones preferentes y los cursos de formación, pero en realidad es mucho mas grave porque ha conseguido demostrar que la falsa democracia española carece de controles, frenos y contrapesos, hasta el punto de que cualquier chorizo cualificado podría llegar a la cúspide del poder.
La lista de sus errores y delitos es tan densa como las sorpresas de su comportamiento y la intensidad de su degradación como persona. Lo fue todo en política y era ya rico de familia, pero tuvo que dimitir como gerente del FMI, sin que nadie sepa todavía el porqué de aquella dimisión; en la presidencia de Bankia engañó a los inversores con la salida a bolsa y con productos tóxicos e insolventes emitidos por su banco; repartió tarjetas black que son incompatibles con la democracia y la decencia; fichó como directivos generosamente remunerados a tipos tan impresentables como el empresario Alberto Portuondo, mientras los investigadores judiciales tienen indicios sobre blanqueo de dinero, numerosos transgresiones fiscales y otras muchas suciedades, unas tipificadas como delitos y otras como indecencias nauseabundas.
Lo mas espeluznante del caso Rato es que nos recuerda que José María Aznar dudó hasta el último momento si designaba como sucesor a Rajoy o a Rato. El "dedo regio" y abusivo de Aznar, ajeno a los usos democráticos, señaló finalmente a Rajoy, pero lo inseguro y aterrador es que pudo haber elegido a Rato, lo que le garantizaba un futuro como presidente del gobierno de España.
Ante lo ocurrido, cualquier pensador político, periodista honrado u observador conspicuo concluiría que un país como España, que corre el riesgo de elegir como máximo dirigente a gente como Rato, no tiene ya remedio ni regeneración posible porque los niveles de corrupción del sistema y de su clase política son tan altamente infecciosos que ya son irreversibles. La única solución para España es resetear y refundar el sistema, habiendo acabado previamente con los actuales partidos políticos, cambiando la reglas del juego para que sean realmente democráticas y arrojando a la basura al grueso de la actual clase política, podrida hasta el tuétano.
El caso Rato demuestra, de una vez por todas, que España no es una democracia sino una cloaca.