En una encuesta realizada hace años en Francia, el 89% de los participantes reconocieron que el hombre necesitaba encontrar un sentido a su vida y es probable que actualmente nos enfrentemos a un vacío existencial. Para evitarlo, lo rellenamos con aquello que después tememos perder, ya sea juventud, belleza, una casa envidiable o un puesto de prestigio. En definitiva, creemos que nuestra identidad y nuestra valía personal dependen del tener, que no del ser. Y ese es el origen de nuestros miedos. Difícilmente podremos perder lo que somos, pero sí lo que poseemos; y, sin lugar a dudas, perder la juventud es ley de vida. Quizá nos hemos empeñado en buscar la felicidad donde no se encuentra. Si pensamos en quiénes han sido relevantes para nosotros, no destacaremos a los más atractivos, sino a los que nos han querido tal y como somos, con nuestros defectos y nuestras arrugas. Aquellos que nos han hecho sentirnos importantes y únicos. Antoine de Saint-Exupèry, autor de El principito, lo resumía del siguiente modo: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Y qué razón tenía. La auténtica belleza no puede verse y todos podemos aspirar a ella, independientemente del cuerpo que tengamos.
En la medida en que sepamos aceptarnos, reconocer nuestros límites, asumir que no podemos luchar contra el tiempo y, lo que es más importante, aprendamos a querernos tal y como somos, seremos más felices.