Pero también me ha interesado tempranamente la política y los enrevesados manejes de la gobernación, junto a las ideologías e intereses en que se basan. Tal inquietud tal vez naciera de la curiosidad por comprender la realidad política de donde procedía y la del régimen dictatorial al que recalaba por avatares familiares. También, sin duda, por lo heredado de un padre interesado y familiarizado con la política y su pertinaz manía lectora de periódicos. Eran tiempos en que me creía capaz, con cierta pedantería, de cuestionar a Franco y su régimen ante amigos españoles de mi edad que parecían desconocer la historia contemporánea de su país, a partir de la sublevación de un general que lideró una guerra civil e instauró una dictadura que ofrecía sólo una versión torticera de lo acontecido. Como los noticiarios del NoDo.
En la actualidad, conservo el interés por ambos campos de la realidad, junto a otros, pero prefiero la aventura espacial a la terrestre. Me emocionan las hazañas de rovers que recorren la superficie de la Luna o Marte, las sondas que “aterrizan” en satélites de otros planetas o sobre asteroides llenos de arrugas y los descubrimientos de exoplanetas u otros cuerpos más allá de los límites de lo conocido en el espacio profundo. Me dejan con la boca abierta esos nuevos cohetes cuyas fases impulsoras retornan controladamente al punto de partida, y no al mar en paracaídas, para volver a ser reutilizados, y los sofisticados instrumentos, como el reloj atómico que controlará las señales, sin pérdida de tiempo por la distancia, que sirven para calcular la ubicación y la trayectoria de las naves espaciales. También la incorporación de otros actores a la carrera espacial, como Europa y China, que rompen el monopolio de rusos y norteamericanos en la investigación científica del cosmos, y hasta las revelaciones que confirman teorías de la física, como las fuerzas gravitacionales, o nos muestran por primera vez la imagen de un agujero negro, del que se supone ni la luz puede escapar. Conservo, en fin, una enorme fascinación por el progreso en el espacio y los logros de la astronáutica, pero me decepciona, también enormemente, el retroceso en el acontecer terrenal, donde los nacionalismos, la estrechez de miras y el egoísmo convierten la acción política del hombre en una asquerosa batalla movida por ambiciones particulares o partidistas que genera conflictos, desigualdades, guerras y pobreza por doquier.
Las religiones siguen empeñadas en sus sectarismos espirituales mientras aspiran a influir en lo material, sea gobierno, sociedad o intimidad de cada cual, todo lo que pueden, como si estuvieran en posesión de la Moral absoluta y, aseguran, revelada. Y en España, para no ir más lejos, volvemos a los viejos cainismos e intransigencias que, de antiguo, nos impiden progresar en pacífica convivencia ni estar a la altura que corresponde a un país moderno, plural, libre y civilizado. Derechos conquistados con sudor son cuestionados por exigencias del mercado y libertades arrancadas tras años de lucha y sangre son, a su vez, limitados o condicionados por unas élites que nunca han renunciado a sus privilegios ni a su modelo tradicional de sociedad. La cultura y el conocimiento están supeditados al espectáculo o a la manipulación más insidiosa del consumismo. Comparados con los frutos de la ciencia en el espacio, la deriva de la política hacia maximalismos excluyentes, lenguajes arrabaleros y estrategias cortoplacistas o populistas que no atienden al interés general, plagadas de banderías, vetos y consignas, resultan tan desagradables que, si no fuera porque nos afectan, los aborreceríamos e ignoraríamos olímpicamente.
Y eso es lo malo de las aficiones: que unas dan satisfacciones y, otras, sufrimientos. Pero de ninguna te puedes zafar sin renunciar a tu manera de ser y tu trayectoria vital. ¿Qué se le va a hacer?