LO FEMENINOPublicado en Levante 10 de noviembre de 2012
Mi amigo me inquiere acerca de que la Iglesia Católica se adapte a los tiempos que corren e incide en que, a su juicio, el Vaticano debería reconsiderar seriamente la admisión de mujeres a su jerarquía. Entiende que, como ocurre en otros múltiples ámbitos de la vida civil y social, la mujer tiene que poder acceder a todos los cargos en los que puede ejercer sus propias capacidades. Y no hacerlo supone un menoscabo, un quedarse atrás.
A priori, sin más, parece que tiene razón o razones para enjuiciar así las cosas. No obstante, conviene observar que para los cristianos el aprecio de la mujer es sencillamente grandioso: sólo hay que fijarse en la Virgen, Mare de Déu, que es reina de los ángeles.
No es inusual, por la carencia de una base histórica y cultural, replicar con una antigua herejía: aquella que considera en Jesucristo una doble persona –humana y divina-: el error de Nestorio, condenado por el concilio de Éfeso, en el año 431, quien defendió en Cristo una “doble personalidad” y, en consecuencia, la persona humana de Jesús estaría lógicamente por encima de la de la Virgen. Pero eso es precisamente lo que se rechazó. La conclusión es, como dicen los teólogos, más que Ella sólo Dios.
Sólo la Iglesia católica tiene en tal honor a una criatura humana, que es mujer, y que, en el orden de la santidad, que es lo que le interesa, está por encima de los ángeles y de todos los hombres y mujeres que han existido o existirán. ¡Una mujer! Ya que en Jesús no hay una persona creada: es el Verbo eterno de Dios increado quien toma una naturaleza humana creada, pero no se trata de una persona humana. Esta es la base del cristianismo.
Estoy leyendo la edición crítica del libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, y me encandila su visión acerca del papel de la mujer. Detalla cómo ella sostiene con ternura y fuerza a la familia y, por ende, a la entera comunidad, pues es la gran transmisora de la fe y de los valores de una sociedad sana, generosa, tierna y acogedora, como cualidades de lo femenino. Ya en la década de 1930, cuando el acceso de la mujer a la Universidad todavía se miraba con recelo en amplios sectores, las impulsaba a desarrollar al máximo todas sus potencialidades, también intelectuales y profesionales. Y a la vez veía que sin lo femenino, lo que hay es un desasistimiento pavoroso.
La mujer tiene una misión específica en todo el amplio espectro de las tareas humanas, no tanto por el puesto o actividad que desempeñe, sino por el modo de ejercerlo. Es oportuno, por tanto, recordar lo que señala: “la mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad… La feminidad no es auténtica si no advierte la hermosura de esa aportación insustituible, y no la incorpora a la propia vida” (Conversaciones, n. 87).Pedro LópezGrupo de Estudios de Actualidad