El solo hecho de pensarse como maestro implica verse como un sujeto que interviene directa e indirectamente en el mundo que constantemente está en proceso de cambio y formación, el maestro incide en la transformación de realidades en la vida de muchas personas, lo cual nos pone a pensar en si realmente se está tomando esta labor de manera seria y responsable.
Si bien, son pocas las personas que se detienen a pensar en cómo cambiar el mundo para transformarlo en algo mejor, es posible decir que a partir de las situaciones cotidianas que son las que miden nuestra capacidad de enfrentarnos a grandes batallas, nos permiten crear conciencia sobre el accionar, permitiéndonos comprender el sentido de lo que hacemos, yendo más allá en la práctica pedagógica.
La revista ‘‘AlTablero’’ nos dice que:
‘‘El maestro que necesita hoy Colombia es aquel capaz de convertirse en líder, en mediador entre la comunidad y el conocimiento y que, por lo tanto debe ser un ejemplo ante sus alumnos y ante la sociedad de buen ciudadano: respetuoso de la ley, de amplias convicciones democráticas y dotado con la actitud, los conocimientos y las herramientas necesarias para superar el esquema centrado en la información y la memoria, que permitan orientarlo hacia nuevos modelos de desarrollo de competencias.’’
El lugar que actualmente tiene el maestro le asigna la labor definitiva de formar a las jóvenes generaciones, razón que pone al orden del día la función social de sus acciones. Esta responsabilidad social que posee el maestro se ha vuelto compleja, puesto que requiere que se apropie de los conocimientos de un campo disciplinar y sea capaz de enfrentarse a los retos que exige una sociedad como la de hoy.
Cuando se piensa que un maestro es un formador de seres humanos y que muchas veces es el profesional que pasa más tiempo con los niños y jóvenes, se hace evidente la importancia social de su trabajo y las diversas responsabilidades de su profesión, dejando en evidencia que los maestros son quien forman nuestro futuro como sociedad.
Es claro que el maestro debe de actualizar continuamente sus conocimientos y desarrollar de forma constante habilidades y actitudes que le permitan responder efectivamente a los retos, por medio del desarrollo de lo que sus estudiantes deben saber, saber hacer y ser. Así, la formación en competencias básicas, ciudadanas y laborales, en sus estudiantes, es a la vez un incentivo para su desarrollo personal.
Para los estudiantes, el maestro es un ejemplo de vida, imagen de autoridad y respeto, es decir, es un referente en la consolidación de su propia identidad. Por ende, el maestro debe tener disposición para entender sus estrategias, necesidades, valores y defectos, reflexionar sobre su propia enseñanza y los efectos en los estudiantes, desarrollar una filosofía propia frente a la educación, apreciar la responsabilidad de servir positivamente de modelo para los educandos, aceptar cambios, ambigüedades y desaciertos. Es por esto por lo que los maestros son fuente de inspiración para el desarrollo de valores sociales como la tolerancia, la honestidad, la justicia y la equidad, y motores para evidenciar y proteger el valor social de las diferencias culturales, dando ejemplo a sus estudiantes los cuales a partir de este adquieren saberes y habilidades sociales tanto como académicas.