Revista Cultura y Ocio

Lo imposible / El telefilm más caro del mundo

Por Calvodemora
Lo imposible / El telefilm más caro del mundo
Poseo la suficiente sensibilidad como para sentirme conmovido ante lo que ofrece Lo imposible. Entiendo que el dolor, plasmado en imágenes, es una mercancía grosera si no se cuida el formato y la textura en que van a ser ofrecidos. Creo con firmeza en la idoneidad del cine como vehículo para transmitir emociones, pero Bayona ha llevado ese estado idílico de las cosas a un extremo deplorable y ha facturado un espectáculo de un acabado fascinante sacrificando, sin el más mínimo pudor, la construcción honesta de los sentimientos. Filmar el dolor es más difícil que registrar en fotogramas una ola de veinte metros de altura comiéndose un centener de edificios. Bayona escribe un guión mínimo al que le presta una atención técnica máxima. Para rellenar los cien minutos de metraje nos vende unos personajes a los que no se puede conceder otra cosa que compasión y ternura, sobre los que uno se ve obligado a entablar una empatía forzada, inducida por la infamia narrativa de un autor que se regodea en la sentimentalidad fácil, en un amaño discursivo que toma por tontos a los espectadores y los entretiene con un soberbio tour de force recreativo, impecablemente orquestado por un equipo técnico sobresaliente . Otro asunto, y no precisamente menor, es el que apela al alma de las cosas, al sustrato íntimo de la materia sensible a la que a veces encomendamos el bendito acto de sentarnos en una butaca de un cine y dejar que nos cuenten una historia. Yo pido que me la cuenten bien. Puedo omitir la parafernalia infográfica, pero me sigue fascinando que haya una hondura  a la que debo acceder a tientas, un poco temeroso de perderme, otro tanto de llegar demasiado aprisa. A Bayona se le va la mano en la manipulación afectiva: comete el error de hacer una especie de pornografía moral que hurga en la condescendencia, en el barrido de toda posiblidad de investigación sensorial y a la que solo podemos halagar el hecho de que escamotee el lado gore de la historia y no se recree, como otras grandes superproducciones, en la rendición de las vísceras, en la exhibición impúdica de los cuerpos devastados por el rigor de la catástrofe. A su contra, se le puede imputar al director, que haga que su film prevalezca como un monumento maravilloso al cine como industria. Que haya decidido que domine lo puramente visual y que acepte sin chistar cierto rebaje cinéfilo a beneficio de caja. Nada que reprochar, en todo caso, en estos tiempos de zozobra financiera: vale que el público responda en masa como está haciendo, vale que Lo imposible sea, para bien o para mal, comidilla de tertulias, diana sobre la que verter (como yo ahora) reflexiones irrelevantes quizá. El cine subsiste precisamente por el cine malo. El bueno es otra cosa. El bueno no está en esta película.

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