Nuestro cerebro es malo para separar la ideas de imposibles e improbabilidades. Generalmente éste suele compaginar ambos conceptos como únicos, lo cual nos puede llevar a tomar decisiones basadas en supuestos opacos. La improbabilidad es siempre una cuestión a tener en consideración a la hora de hacer cualquier tipo de análisis. ¿Se acuerdan del relato de Poe "los crímenes de la calle Morgue"? Todo cuestión de hechos improbables que pasaron como imposibles. El hecho de esta incompatibilidad de concepto está en relación con los hemisferios cerebrales. Se fraguan en distintos hemisferios, y si bien, el cerebro funciona en conjunto, es el hemisferio izquierdo el que tiene predominancia en su uso. Analizar y deducir parte del trabajo de compenetrar lo más posible ambos hemisferios y sus rendimientos conjuntos. Todo es cuestión de habilidades, o como se diría ahora, competencias intrínsecas. Por otra parte, la idea de improbabilidad se afianza con el uso del lenguaje, pues, sus sutilezas inconscientes nos hacen idear contexto que pueden ser erróneos. Por ejemplo, si les digo que hubo un choque de trenes, presupondrán una situación más catastrófica que si expongo la idea de un accidente de coche. Y en realidad, no sabemos nada de nada. Presuponemos. Hay cientos de juegos de lógica basados en la ausencia de contextos con premisas confusas. Y esto viene a que en la vida cotidiana nos movemos en contextos dispares que pueden ser malinterpretados y causantes de conceptos emocionales negativos. Las emociones se suelen regir por ciertas incompatibilidades conceptuales como esta dualidad improbable-imposible, y hay que estar atentas a ellas.