Este principio de la incomunicabilidad de las ideas materiales unas con otras nos da lugar a añadir que es indiferente que el pensamiento material se afane en reunir una pluralidad de ideas para compararlas y formar de las mismas un juicio y un raciocinio, pues ni siquiera puede comparar a un tiempo las partes de su objeto, ni ensamblarlas para obtener un objeto total.
Prueba de ello es que, puesto que el pensamiento y su objeto son ambos materiales, es preciso que las diferentes partes del objeto respondan a diferentes partes del pensamiento, del mismo modo que las distintas partes del rostro están representadas en distintas partes del espejo. Así, cada parte del pensamiento no conoce más que la parte del objeto por la que está afectada, y no puede conocer en absoluto las otras partes que no la afectan, por cuya razón no puede componer a partir de las mismas un objeto total. De manera que, viendo una parte del pensamiento el ángulo A, viendo otra parte el ángulo B, y otra el ángulo C, estos tres ángulos no pueden reunirse en un mismo pensamiento material para formar un triángulo.
(...)
Aplicando este principio al empleo de los sentidos, es sencillo demostrar que un alma material no ha de sentir la discordancia de una mala música ni la armonía de una música perfecta. Un hombre que asista a un festín acompañado por una excelente música no podrá juzgar cuál de las dos sensaciones le causa más placer, ya que ello exige una comparación de la que el alma es incapaz: la parte del alma material afectada por el placer causado por los manjares no es la parte afectada por el placer causado por la música. Cada una de estas partes se distingue de la otra como vuestra alma se distingue de la mía. Cada una de estas partes ignora qué sucede en la otra como vuestra alma ignora qué sucede en la mía.
Laurent François